Philippe de Villiers: «El mundo nuevo se está muriendo de coronavirus»

REFLEXIONES Jueves 23 de Abril de 2020

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El nuevo orden se está muriendo

Desde su Aventino en la Vendée, donde se encuentra confinado como el resto del país, Philippe de Villiers analiza para Valores actuales el significado profundo de la crisis del coronavirus. Para el fundador de Puy du Fou, esta prueba marca el final del mito de la «globalización feliz» y del mundo nuevo y el regreso del «cuadrado mágico de la supervivencia»: frontera-soberanía-localismo-familia.

Autor: Bastien Lejeune. Publicado el 18/03/2020 en Valeurs Actuelles.

L. – Durante la campaña electoral europea de 1994, usted y Jimmy Goldsmith hablaban sobre la necesidad de la «desmundialización» y criticaban el librecambismo mundial. La situación actual, con la pandemia de coronavirus, ¿les da la razón? 

d. V. –¡Ay, sí! Recuerdo que en nuestras reuniones públicas, Jimmy y yo decíamos esta frase que causaba hilaridad en la concurrencia: «Cuando todas las barreras sanitarias se hayan derrumbado, una gripe surgida en Nueva Delhi llegará hasta Berry». Se reían incrédulos: «estos exageran …»En realidad, Jimmy había visto, dicho y escrito todo en su libro « La Trampa», escrito en 1993, no solo en el nivel sanitario sino también en los de economía y seguridad. Y cada tarde, ante nuestros curiosos oyentes, yo contaba la misma historia metafórica sobre la “jurisprudencia del Titanic”: “El Titanic se hundió debido a una sola cuchilla de hielo que atravesó el casco. Porque en la carena del barco solamente se había previsto una cámara. Cuando creamos la Vendée-Globe,[1] impusimos siete compartimentos estancos en el casco de cada barco. Si uno de los siete se llena de agua, quedan seis … Los compartimentos estancos evitan que el bote se hunda. Bueno, queridos amigos, la jurisprudencia del Titanic es que las naciones son los compartimentos estancos de la globalización. » 

La reacción de las élites y los medios fue la misma:  “No podemos oponernos a la globalización. Está en el sentido de la historia. «

¿Cuál es el significado profundo de la prueba por la que estamos pasando?

La encerrona obligatoria marca el final de la famosa » globalización feliz».  La derrota intelectual de los globalistas es proporcional al drama del coronavirus. Señala, para aquellos que tienen un poco de lucidez, el fin del «Mundo Nuevo» y el regreso vigoroso del «Viejo Mundo«. Luego de la caída del Muro de Berlín se nos explicó que íbamos a entrar en un mundo nuevo que inauguraría una nueva era, postmoderna, posnacional, posmoral, una era de paz definitiva. Este mundo nuevo sería doblemente innovador: primero, nos libraría de soberanías y de Estados, pues sería ahistórico y apolítico. Sería el final definitivo de las guerras, de la historia, de las ideas, de las religiones y el advenimiento del mercado como único regulador de los impulsos y tensiones humanas en el mundo. Los ciudadanos se convertirían en consumidores dentro de un mercado global masivo. Excitante, ¿verdad? Y luego, segunda innovación, el mundo nuevo organizaría, por fin, la primacía ricardiana de la economía sobre la política, sustentando así la idea pacífica de una reasignación de recursos en el nivel de la «Aldea Global» y de un mundo con apertura multicultural. Se pensaba que las grandes organizaciones supranacionales bastarían para supervisar este mundo nuevo donde administrarían, con la Mano invisible del liberalismo, las felicidades y prosperidades. A partir de entonces, el vocabulario cambió: ya no se hablaba más de gobierno, sino de gobernanza; no de ley, sino de regulación; no de frontera sino de espacio; no de pueblo, sino de sociedad civil.

Hoy comprendemos que esta visión ideológica se está muriendo de coronavirus. En efecto, cuando vuelve la desgracia, cuando merodea la guerra – por ejemplo en la frontera greco-turca – o la muerte – con la pandemia –, los zombis de las organizaciones internacionales no tienen nada más que decir – y por otra parte, tampoco se los consulta. Es el gran regreso al cuadrado mágico de la supervivencia. 

El primer punto del cuadrado es la frontera, es decir, la protección, esa cosa para lo cual se inventaron los Estados. El segundo es la soberanía, es decir, la libertad de los pueblos para tomar decisiones rápidas y ajustadas. El tercer ángulo del cuadrado es lo local, o sea, el control más cercano posible sobre los intereses vitales. El cuarto punto es la  familia, ya que, cuando se decide confinar un país, la «República del PMA»[2] no confía los niños en edad escolar a los fondos de pensión, sino a los abuelitos y abuelitas. 

Inmediatamente después de comenzar la crisis sanitaria nos dimos cuenta de que Francia no era soberana en muchas áreas, y específicamente en la producción de medicamentos. Emmanuel Macron dijo: «Delegar en otros nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar, nuestro entorno de vida en suma, es una locura». ¿Esto significa que de nuevo cae en gracia la noción de soberanía?

Si absolutamente. ¡Qué camino de Damasco! Entonces, ¿qué es la soberanía? Es la capacidad de ser capaces: somos soberanos o no lo somos. No es posible serlo a medias. Una mujer no está medio embarazada. Cuando De Gaulle se adhirió al Tratado de Roma,[3] tuvo una expresión significativa: Francia se comprometía a adherirse a una  «Europa de la cooperación» con la condición expresa de que la nueva institución tenga en cuenta las soberanías a fin de preservar los «intereses vitales de las naciones«. Y como ejemplos de intereses vitales mencionaba la autonomía de la energía nuclear francesa, la energía, la agricultura o, también, nuestra cultura y nuestro modo de vida.

Luego de los Tratados de Maastricht, Amsterdam y Marruecos hemos enajenado nuestra soberanía. Como dije antes, la soberanía se define por la primacía de lo político. Enajenarla es permitir que la economía se organice como mejor le parezca… y ella va siempre adonde van sus intereses. Ya hemos experimentado ese capitalismo desenfrenado, que primero eligió la alienación estadounidense y ahora la alienación china. Quienes preconizaron esa ideología de la llamada división internacional del trabajo sabían lo que hacían. Dejaron tras de sí una Francia de repuestos, un país que ya no tiene industria, que vende sus plataformas aeroportuarias y ha favorecido una agricultura degradada por un proceso agroquímico suicida, un país que hace fabricar en China las piezas de recambio para los tanques Leclerc, confiándole también la producción de los medicamentos que necesita.

Decíamos en 1994 con Jimmy Goldsmith: «La globalización es un sistema de despojo en el cual los pobres de los países ricos subsidian a los ricos de los países pobres». Y agregábamos: «Al principio, todo irá bien. Las empresas fabricarán donde les resulte más barato y venderán donde haya poder adquisitivo. Pero llegará el momento en que la trampa se cerrará.” En eso estamos. La globalización, de la que Europa nunca fue más que un caballo de Troya, ha favorecido cuatro crisis mortales: la crisis sanitaria, sí, pero también la crisis migratoria con una inmigración no ya para trabajar sino para un asentamiento que instala en nuestro suelo el enfrentamiento de dos civilizaciones. Pensemos que, por una propina de seis mil millones de euros, Europa le confió nada menos que a Erdogan la tarea de proteger sus fronteras. De él depende entonces abrir las cerraduras cuando quiera : él es el patrón. Nada de protectorado feliz: solo hay dhimmis.[4] Y luego está la crisis por venir, la crisis financiera larvada, ya que todos nos movemos sin saberlo en una burbuja de jabón que se agranda día a día y cuyas volutas virtuales se generan unas a otras desconectadas de la economía real; y finalmente la crisis económica, la pauperización de los chalecos amarillos por la reubicación sistemática que reemplazó los circuitos cortos y la producción local por esta locura antiecológica del circuito largo y la búsqueda discreta de la explotación del más pobre entre los más pobres del mundo. Estamos a punto de redescubrir la idea obsoleta de los pequeños jardines obreros [5] como válvula de seguridad para una zona poblacional mayor, provista en el 60%  de sus necesidades por productores distantes sin ningún tipo de escrúpulos ecológicos.

Hemos perdido el sentido de las jerarquías distintivas, y en particular la diferencia entre economía y política. La economía sirve a intereses mientras la política no es otra cosa que la protección de los ciudadanos : debe estar por encima, es primaria, es el escudo del Estado. Resulta extraordinario observar cómo evoluciona el lenguaje con el coronavirus . Nos hablan en una lengua vulgar (que recuerda a la muchacha de Molière corriendo al baño) de «hacer nación», nos hablan sobre el confinamiento en circunscripciones que se pretendía suprimir hace escasas semanas, nos hablan de prefectos, nos hablan del Estado. El coronavirus ha dejado ya dos muertos de gran renombre: Schengen y los criterios de Maastricht.[6] Dije en 2015, en mi libro Llegó el momento de decir lo que vi (Albin Michel), que el muro de Maastricht caería un día u otro. Acaba de caer. Contrajo el virus.

La soberanía cae en gracia de nuevo y, por consiguiente, se multiplican los soberanistas…

Sí: hemos escuchado a Bruno Le Maire hablando de «soberanismo económico». ¡Qué maravilla! Pronto habrá dos variedades de soberanistas: los de pura cepa y los oportunistas. Será necesario que los primeros abran los brazos a los segundos, sin gestos-barrera. Fuimos nosotros quienes inventamos en 1999, con Charles Pasqua, la  palabra «soberanismo». La pronuncié en público por vez primera ante la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Recuerdo que en esa época la palabra era utilizada por nuestros adversarios como quien hubiera contraído la viruela. Hoy, los catecúmenos del soberanismo se hacen tonsurar, con los ojos entrecerrados, en un silencio catedral que requiere la genuflexión oblicua de un devoto apremiado. Es preciso reconocer que la realidad se impone a todo el mundo: Francia, por ejemplo, es el único país del mundo que se habrá negado hasta el final a restablecer sus fronteras, en nombre del rechazo de lo que Macron acaba de llamar el “repliegue nacionalista». Hoy, todos los países europeos, incluida Alemania, restablecieron los controles fronterizos. Solo Francia se preocupa por “rescatar al soldado Schengen». Tal es el poder de la ideología, que prefiere los muertos por coronavirus antes que la verdad protectora. Las tiernas almitas del «Mundo Nuevo» en agonía todavía prefieren equivocarse junto al coronavirus que tener razón con los soberanistas. Pase lo que pase no se trata, según ellos, de salvar a los enfermos: es preciso salvar la ideología. Pero lo Real, que es despiadado cuando sostiene a mano firme la guadaña de la muerte, viene para contradecir sus certezas e inocular la duda en sus silogismos mortíferos.

Ud. lo dijo: Francia es uno de los últimos países en negarse a cerrar sus fronteras. ¿Cómo explica la persistencia de este tabú cuando el mundo entero adoptó esa solución de sentido común?

El «Mundo Nuevo» persiste en designar la frontera como el mal absoluto, pero se ha visto obligado a inventar lo que se dio en llamar gestos-barrera. Y ¿qué es un gesto-barrera? Una frontera entre individuos. Después inventa los “grupos de riesgo”. ¿Qué es un «grupo de riesgo»? Una frontera. Y luego inventa la cuarentena. La cuarentena en el Alto Rhin, la cuarentena en Morbihan. ¿Qué es la cuarentena en el Alto Rhin? Un encierro departamental. ¡Epa, epa : las fronteras departamentales son buenas; las nacionales, malas! Una curiosidad epidemiológica para los investigadores de pasado mañana.

Y ahora nos proponen una cuarentena total para el país, pero en realidad, como se mantienen abiertas las fronteras, lo que se procura es administrar el stock sin administrar el flujo. Queremos cazar coronavirus en casa, en un país confinado, pero que no está protegido del flujo exterior, el principal caldo de cultivo – además del subte.

Macron dijo también: «Debemos (…) construir aún más que antes una Francia y una Europa soberanas, una Francia y una Europa que rijan con mano firme su destino.” ¿La crisis del coronavirus no evidenció los límites de la solución europea?

Cualquier persona realista puede observar, sea para alegrarse o para lamentarse, que desde el comienzo de esta crisis, las instituciones de Bruselas quedaron bajo la alfombra y que los Estados vuelven a manejar todas las palancas que les permitan frenar el virus. En otras palabras, cuando nos sacude una desgracia fuerte como esta pandemia y nuestra sociedad queda entre la vida y la muerte individual o colectiva, la reacción de la gente no es entonar consignas como «Salvar el planeta», «Vivir juntos” ni abrazarse por sobre «los puentes que reemplazan los muros”, no: vuelven la mirada hacia los Estados. Y el reflejo de los Estados no es dirigirse a Bruselas, la OCDE, a la ONU o a la OMC [7], sino proteger a su naciones y a sus pueblos. CQFD.[8] «Lo que una nación no hace por sí misma, nadie lo hará nunca por ella», dijo Charles Pasqua.

La primera reacción de muchos franceses ante anuncio de la cuarentena fue regresar a casa y reunirse en familia. Tampoco este reflejo corresponde realmente al ADN del » Mundo Nuevo” …

Ya no hay Ministerio de Familia. Nos explicaron, en línea con la PMA, que la familia del «Viejo Mundo» era actualmente obsoleta, anacrónica, que correspondía a un patriarcado no igualitario y moralmente castrador. La idea de un padre, una madre, un abuelo o una abuela resultaba anticuada. Sin embargo, tras la suspensión de las clases el mensaje del Presidente de la República, reafirmado por los ministros (incluido el Sr. Castaner), es … la vuelta total a la familia. O sea: cuando nos invade la emergencia emocional y la angustia y queremos proteger a un pueblo, no es la Comisión de Bruselas sino el Estado quien se encarga de la cosa; y ya no corre la agenda del PMA o del GPA[9] sino la de la familia tradicional.

En otras palabras, el primer nivel de ayuda mutua, solidaridad y asistencia, según el propio Estado, es la familia y la filiación, fundada en el principio de que los mayores ayudan a salvar a los niños y que los más jóvenes brindan su solícita protección a los ancianos. Se impone la idea de la generación que perdura en el Tiempo. De golpe, en medio de esta sociedad que fabricó una especie híbrida de solidarios-solitarios y engendra hijos de probeta, vienen a descubrir que la primera seguridad social es la familia en el sentido del orden natural. Como en los casos de la frontera, de la soberanía y del localismo, lo Real, que había sido evacuado por la puerta, retorna por la ventana del confinamiento. 

Dijo Macron, sin que sepamos realmente a qué se refería: «Deberemos mañana aprender las enseñanzas del momento actual, cuestionar el modelo de desarrollo en el que nuestro mundo se ha involucrado desde hace décadas y que ahora devela sus fallas a pleno sol «. ¿Qué significaría para Ud. «aprender las enseñanzas del momento actual”?

Bueno, eso significa: dar media vuelta. Poner derecho todo lo que está al revés. Salir de las vías muertas en que nos han metido las élites desde mayo del 68. La primera lección es económica; volver a una economía productiva de proximidad. Emprender la repatriación general de nuestras fuerzas vivas. Volver a la economía real, es decir, utilizar el dinero del circuito real. Y hacerlo antes de que el euro se derrumbe (el próximo virus…). Recrear una industria nacional, recrear una agricultura francesa que no violente la naturaleza y que se desconecte de la agroquímica. Y, también, fabricar aquí mismo nuestros medicamentos y los repuestos para nuestras producciones estratégicas. Todo eso significa: restablecer la protección libre de nuestros intereses vitales.

La segunda lección es constitucional: restaurar nuestras fronteras, que esas almitas ingenuas recién hoy reconocen como filtros protectores y pacíficos.

La tercera lección es ecológica. Hay que restablecer en nuestros intercambios y producciones la primacía del circuito local. Volver al bidón de leche que vamos a buscar en la granja cercana. Producir francés en Francia.

La cuarta lección es legal. No podemos seguir aceptando la superioridad de un simple acuerdo como el de Bruselas sobre nuestra propia constitución. Tampoco podemos seguir aceptando que, en nombre de un sedicente estado de derecho, lo políticamente correcto procure – bajo el fuego ardiente de sus antorchas de odio – aterrorizar las expresiones libres, imponga un pensamiento conformista y envíe todas las semanas un Zemmour [10] al juzgado de instrucción.

Creo que como consecuencia del Brexit de ayer y del coronavirus de hoy la institución bruselina está muerta. Es como un pato descabezado que sigue corriendo sin cabeza y sin cerebro. La OMC, la OTAN, todo eso ha terminado. El «Mundo Nuevo» es el tiempo viejo. El tema prioritario es hacer algo distinto : un concierto de naciones. En un concierto no buscamos todos tocar la misma trompeta, sino armonizar nuestros sonidos instrumentales de acuerdo con sus características. ¿Surge una disputa para ocupar el puesto de primer violín?  Aceptemos el desafío. Habrá que agendar el Frexit. Dejemos de seguir corriendo siempre detrás de la historia que avanza sin nosotros.

Gracias al coronavirus podemos ver claramente que el sueño de Bruselas se transformó en una pesadilla, se desintegró porque su trama era un tejido de mentiras. El globalismo y el europeísmo nos enfermaron. A la pandemia sanitaria se agrega la pandemia económica y no estoy seguro de que el tejido conjuntivo de la Francia trabajadora se recupere algún día. Están comparando el número de muertos, como en Eylau,[11] luego del desastre. Cuidado: en el caso del coronavirus, como ustedes habrán podido observar, Francia y Europa siguieron al virus con una estética tipo mecanismo de retardo. Hoy estamos en una semi-cuarentena, detrás de Italia y España. Seguimos a los otros países. Me temo que pase lo mismo con la Unión Europea: pronto Francia será la única que siga creyendo en ella. Ya no lo hace la Europa de carne y hueso del grupo de Visegrado [12]. Italia no le hace caso. Inglaterra se fue. La OTAN se está arrastrando. Erdogan nos hace pito catalán y nos pide que enrollemos la platita para protegernos. Merkel está con asistencia respiratoria. Y hete aquí que Emmanuel Macron nos habla, en pleno coronavirus, sobre la necesidad de una «soberanía europea» … Hay más posibilidades de ver llegar barbijos a los hospitales que de contemplar el surgimiento de la «soberanía europea». La soberanía sin personas es como el amor a distancia, pura paja. Y no tomen este concepto como un simple error: ahora, con el coronavirus, es un chiste. De humor inglés.

Agnes Buzyn dijo en Le Monde: «Cuando dejé el ministerio, lloraba porque sabía que la ola del tsunami se nos venía arriba. Me fui sabiendo que las elecciones no tendrían lugar». Fue hace un mes …

¡Mire Ud.! Una Ministra de Salud que deja en pleno drama su ministerio por codiciar un sillón de alcalde en París. ¡Ay, el “Mundo Nuevo»! Miserable. Tal vez llegue el día en que se pueda probar, retrospectivamente, la insolvencia del así llamado «Consejo Científico». Su presidente acaba de declarar que había minimizado el flagelo por venir, que hasta fines de enero no le dio importancia. Así fue que perdimos dos meses. ¡Increíble! Lo estadísticamente correcto y lo científicamente correcto son para la biología y la salud, o para la inmigración, lo mismo que lo políticamente correcto es respecto del pensamiento: una mentira oficial. Supongamos que las autoridades sanitarias no sabían que el coronavirus iba a desembarcar aquí. ¡Sin embargo lo sabía yo, que no estoy en el aparato estatal, por mis amigos rusos, chinos y norteamericanos! Esos amigos, virólogos, nos advertían: «¡Ustedes están locos. No hacen nada. No cierran sus aeropuertos!”. Todo el mundo lo sabía. Las autoridades sanitarias lo sabían. Segunda hipótesis: nuestros gobernantes lo sabían pero no querían decir ni hacer nada. Entonces la pregunta es más grave todavía: ¿Por qué esta inercia? Si nos hubiéramos ocupado con tiempo de la epidemia, cerrando, por ejemplo, nuestras fronteras de inmediato, habríamos podido circunscribirla y enfrentarla, salvando muchas vidas humanas.

El gobierno optó por confirmar las elecciones municipales. ¿Qué le parece esa decisión?

Este asunto de las elecciones municipales condena a toda la clase política: por lo que sé, hubo reuniones entre el gobierno y la oposición, donde acordaron exigir, cueste lo que cueste, la realización de esas elecciones municipales. Recuerdo que el jueves pasado – recién nomás – escuché a un senador vendeano perorar afiebrado por sus pequeñas ambiciones histericoides, pidiéndole al primer ministro que «la democracia no sea puesta en cuarentena». Que cada uno haga su examen de conciencia. La clase política – nos dicen que hay consenso – quiso mantener las elecciones porque está desconectada de la realidad y solo se somete a sus intereses y preocupaciones. Lo grave de todo esto es que las autoridades sanitarias y políticas han enviado tres mensajes perfectamente incoherentes, causando así la liviandad de las conductas individuales.

El primer mensaje fue el siguiente: la cosa no es tan grave puesto que se mantienen las elecciones municipales; evidentemente no son un foco de contagio. Y entonces, caminar por los parques tampoco. Si las mantienen, ¡es porque la contaminación no resulta tan peligrosa! ¿Cómo pudieron, en 24 horas, cerrar los restaurantes y abrir las salas de votación donde la promiscuidad cívica es un riesgo mayor que cualquier caminata? El mantenimiento de la primera ronda y la cancelación de la segunda le confirman a la población – que ya se dio cuenta – la insolvencia, la imprevisión y el tropismo mortífero de nuestra clase política, que prefiere la preservación del sistema político a la protección del sistema de salud.

El segundo mensaje es igual de incoherente. Durante semanas nos tranquilizaron: es una gripecita; además, el 98% de las personas que la contraen salen indemnes. Pero entonces, ¿por qué todo este lío? ¿Por qué estos confinamientos? De golpe, mucha gente se plantea: si mantienen las elecciones municipales a pesar del virus y si consideran que habrá muy pocas víctimas, están haciendo ruido por nada… : es para escondernos otra cosa, es una distracción. Lo he escuchado durante semanas. De repente, el Primer Ministro y el Ministro del Interior sermonean a los franceses y les reprochan haberse relajado en la víspera del escrutino paseando por los muelles o recogiendo junquillos al borde de las acequias …

Y en fin, el último mensaje es poner a Francia en cuarentena y dejar el subte en circulación. Según los virólogos, que lo dicen en voz baja, el subte es un vector viral diez superior en términos de contaminación a todos las demás focos de fermentación. Es, según los virólogos, el «primer caldo de cultivo». Una vez más: les piden a algunos franceses, especialmente a los provincianos, que reciban a los parisinos y paguen el alto precio del confinamiento, pero el subte, vaca sagrada del nuevo mundo, continúa funcionando. Es un escándalo sanitario antes que un escándalo moral. Y nos dicen: «Es para las enfermeras». Respuesta: para las enfermeras habría que requisar taxis, al menos para aislar su transporte y preservar su salud.

Desde el fin de semana pasado, los católicos ya no pueden asistir a misa. ¿Qué le pareció la decisión de cerrar las puertas de las iglesias?

Se trata de una ruptura alegórica de la civilización y también de una inversión simbólica de todos los paradigmas de la cristiandad milenaria. En otros tiempos, cuando acaecía una gran desgracia en la ciudad la gente se precipitaba a las iglesias (hasta Paul Reynaud,[13] en 1940, fue a pie para reclamar un milagro en Notre-Dame). Los sacerdotes caminaban con el Santísimo Sacramento, aspergían las calles y los enfermos y en todas partes se convocaba a la plegaria. San Luis, en Royaumont, le llevaba personalmente la comida al hermano Liger, un leproso consumido en cuyo rostro paseaban todas las repugnancias de la naturaleza. ¿Excesivo ? Tal vez. Pero hermoso. Había la convicción de que la vida es un misterio que se nos ha confiado en depósito. La religión era central. Ahora es periférica: los comunicados episcopales han hecho suya la jerga banal: «La salud es el primero de nuestros bienes comunes». Hay obispos que incluso acaban de prohibir la participación de personas mayores de 70 años en los entierros. Se asperge luego de la inhumación. Y Lourdes cierra sus puertas. No hay más milagro. Se cierra la gruta, se apagan las velas, se confina a Bernadette. Una inversión de perspectiva que tendrá sus consecuencias. Nada de piedad popular ni de velas suplicantes. Cuando escucho los llamados a nuevas vocaciones me digo a mí mismo: una Iglesia que cierra sus iglesias solo puede despertar una clase de vocación: la de cerrajero.

Autor: Bastien Lejeune. Publicado el 18/03/2020 en Valeurs Actuelles.

Comentarios

maria alejandra fernandez
Jueves 23 de Abril de 2020

Sin eufemismos, ni rodeos. ¿Existe alguna conexión de esta "debacle global" con la secta el #Yunque? Pregunto porque todo esto tiene cierto "tufillo" a el pergenio de mentes perversas y uno percibe que son enemigas de la Iglesia. Por favor, entiéndase bien; surge la inquietud y solo consulto a quienes están, gracias a Dios, más adelantados en la fe. Simple. Que nuestra Señora del Valle nos ampare. Bendiciones, ¡Feliz Pascua!, no se priven de corregirme y gracias.

Respuesta enivada el Jueves 23 de Abril de 2020

Gracias por participar. Realmente nuestro conocimiento no llega para tanto, por lo que vamos a tener MUY en cuenta su observación. Lo vamos a releer y si notamos ese 'tufillo' vamos a levantar la nota. Aunque es cierto que nuestra querida Jerarquía -aunque obligada a acatar las autoridades según el Código de Derecho Canónico y el Catecismo- no debieron quedarse callados o inermes, reaccionando tibiamente recién después de pasada la Semana Santa. La comunidad judía, consiguió rápidamente la exención para el Sabath.

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