«Rusia será católica»

POLÍTICA Jueves 1 de Junio de 2017

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Conde Iván de Shulavov antes de su ordenación

«Rusia será católica»: así reza la inscripción de la lápida de la tumba del padre Gregorio Agústín María Shuvalov en el cementerio parisino de Montparnasse. Por esta causa, el barnabita ruso se inmolò como víctima (Antonio Maria Gentili, I Barnabiti, Padri Barnabiti Roma 2012, pp. 395-403).

Autor: Roberto de Mattei

El conde Grigori Petrovich Shuvalov, nació en San Petersburgo el 25 de octubre de 1804 en el seno de una familia de rancia nobleza. A un tío suyo, general del ejército, se le asignó la misión de acompañar a un Napoleón derrotado a la isla de Elba, mientras que otro antepasado suyo había fundado la Universidad de Moscú. Entre 1808 y 1817 estudió en el colegio de los jesuitas de San Petersburgo, hasta que, expulsados de Rusia los hijos de San Ignacio, prosiguió sus estudios primero en Suiza y posteriormente en la Universidad de Pisa, donde aprendió perfectamente la lengua italiana. No obstante, recibió influencias del materialismo y del nihilismo entonces reinantes en los círculos liberales que frecuentaba. Nombrado a los veinte años por el zar Alejandro I oficial de los húsares de la guardia, en 1824, contrajo nupcias con Sofia Soltikov, mujer profundamente religiosa, ortodoxa, aunque «católica de alma y de corazón», que morirá en Venecia en 1841. Con ella tiene dos hijos: Pietro y Elena.

La muerte de Sofia motivó a Shuvalov a estudiar la religión. Un día, descubrió por casualidad el libro de las Confesiones de San Agustín: fue para él una revelación. «Lo leía constantemente, copiaba páginas enteras y escribía estensas ne stendevo lunghi estratti. Su filosofía me colmaba de buenos deseos y de amor. Embriagado de felicidad, encontré en aquel gran hombre sentimientos y pensamientos que hasta entonces dormían en el alma y que aquellas lecturas habían despertado». Trasladado a París, el conde Shuvalov frecuentaba las reuniones de un círculo de aristócratas rusos convertidos a la fe católica, gracias ante todo al conde Joseph de Maistre (1753-1821), que entre 1802 y 1817 había sido embajador del rey de Cerdeña en San Petersburgo.

Entre ellos se encontraban Sofie Svetchina (1782-1857), el príncipe Ivan Gagarin (1814-1882) y el príncipe Teodoro Galitzin (1805-1848). Este último, dándose cuenta de la honda crisis espiritual de su amigo, lo ayudó a redescubrir la verdad, y le aconsejó la lectura y la meditación del Papá de Joseph de Maistre. Leyendo la obra del conde savoyano, Shuvalov comprendió que la primera nota de la Iglesia es la unidad, ya que ésta exige una autoridad suprema, que no puede ser otra que el Romano Pontífice. «Señor, Tú dices “mi Iglesia”, no “mis iglesias”. Por otra parte, la Iglesia debe conservar la Verdad; pero la Verdad es una; por tanto, la Iglesia no puede ser sino una. (…) Cuando entendió que no puede existir sino una única Iglesia verdadera, se dio clara cuenta de que dicha Iglesia tiene que se universal, esto es, católica».

Shuvalov se dirigía cada tarde a Notre Dame para oír predicar al padre Francisco Javier de Ravignan (1795-1858), docto jesuita que llegaría a ser su director espiritual. El 6 de enero de 1843, fiesta de la Epifanía, Shuvalov abjuró de la ortodoxia e hizo su profesión de fe católica en la Capilla de los Pájaros. Sin embargo, aspiraba a una dedicación más intensa a la causa católica. Por intermedio de un joven liberal italiano, Emilio Dandolo, al que conoció por casualidad en un tren, había conocido al padre Alessandro Piantoni, rector del colegio Longone de los barnabitas en Milán, que en 1856 lo recibió en el noviciado barnabita de Monza, con el nombre de Agustín María.

En la orden fundada por San Antonio María Zacarías (1502-1539) encontró un ambiente de profunda espiritualidad. Escribió al padre Ravignan: «Me siento en el Paraíso. Mis padres son santos, y los novicios ángeles». Entre los jóvenes hermanos de la orden se contaba Cesare Tondini de’ Quarenghi (1839-1907) que, más que ningún otro, heredaría su legado espiritual. El 19 septiembre de 1857 Agustín Shuvalov fue ordenado sacerdote en Milán por monseñor Angelo Ramazzotti, futuro patriarca de Venecia.

El día de su ordenación, dirigió al Señor esta súplica mientras elevaba el cáliz: «Dios mío, hazme digno de dar la vida y derramar la sangre, unida a la vuestra, por la glorificación de la bienaventurada Virgen Inmaculada en la conversión de Rusia». Era éste el sueño de su vida, y lo confió a la Inmaculada, cuyo dogma proclamó Pío IX el 8 de diciembre de 1858. Recibido en audiencia por el Papa, el padre Shuvalov le manifestó su deseo de consagrar su vida a la restitución de los cismáticos a la Iglesia de Roma. En aquel memorable encuentro, «Pío IX me habló de Rusia con aquella fe, esperanza y convicción que se apoyan en la palabra de Jesús, y con aquella caridad ardiente que lo motivaba pensando en sus hijos descarriados, pobres huérfanos voluntarios. Estas palabras suyas me inflamaron el corazón».

El padre Shuvalov se declaró dispuesto a ofrendar su vida por la conversión de Rusia. «Pues bien, dijo entonces el Santo Padre, repetid siempre tres veces al día ante el crucifijo esta protestación de fe; tened la certeza de que vuestro deseo se cumplirá». París fue el terreno de su apostolado y su inmolación: allí se desvivió incansablemente conquistando innumerables almas y dando vida a la Asociación de Oraciones por el triunfo de la Inmaculada Virgen en la conversión de los cismáticos orientales, y especialmente de los rusos, a la fe católica, entidad conocida como la Obra del padre Shuvalov.

Pío IX la aprobó mediante un breve de 1862, y el padre Cesare Tondini fue su infatigable propagador. Pero el padre Shuvalov falleció en París el 2 de abril de 1859. Apenas había terminado de escribir la autobiografía Ma conversion et ma vocation (París 1859). El libro, que en el siglo XIX conoció varias traducciones y reediciones, ha sido presentado en una nueva edición italiana preparada por los padres Enrico M. Sironi y Franco M. Ghilardotti (La mia conversione e la mia vocazione, Grafiche Dehoniane, Bolonia 2004), de la cual hemos extraído las citas. El padre Ghilardotti hizo por otra parte las gestiones para traer de vuelta a Italia los restos del padre Shuvalov, que actualmente descansan en la parroquia de San Pablo Mayor de Bolonia, construida en 1611 por los barnabitas. A los pies de un altar coronado por una copia de la Santísima Trinidad de Andrei Rublev, el más destacado pintor ruso de iconos, el padre Gregorio Agustín Maria Shuvalov aguarda el día de la resurrección de la carne.

En su autobiografía el barnabita ruso había escrito: «Cuando hay peligro de herejía, cuando la fe languidece, cuando se corrompen las costumbres y los pueblos se adormecen al borde del abismo, Dios, que todo lo dispone con peso, número y medida, abre los tesoros de su gracia para despertarlos. O bien suscita en alguna aldea desconocida un santo escondido, cuyas eficaces oraciones contienen el brazo divino presto a castigar; o hace aparecer sobre la faz del universo la espléndida luz de un Moisés, un Gregorio VII, un Bernardo; o inspira, con el concurso de algún hecho milagroso, pasajero o permanente, una peregrinación o alguna otra nueva devoción, nueva tal vez en la forma pero siempre antigua en la esencia, un culto conmovedor y saludable. Así fue como se originó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Dicho culto nació en medio e miles de contradicciones en un pequeño claustro del pueblo de Paray-le- Monial.»

Podríamos añadir igualmente que así tuvo también su origen la devoción al Inmaculado Corazón de María, cuya propagación pidió la Virgen hace cien años en una aldea portuguesa. En Fátima Nuestra Señor anunció el cumplimiento del gran ideal del padre Shuvalov: la conversión de Rusia a la fe católica. Suceso extraordinario que corresponde a nuestro futuro, y que hará resonar en el mundo las misteriosas palabras de la Escritura que el padre Shuvalov aplicó a su propia conversión: Surge qui dormis, surge a mortuis et iluminabit te Christus, «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará» (Ef. 5, 14).

Roberto de Mattei

Autor: Roberto de Mattei

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