TRES REGALOS

PARA CREYENTES Jueves 15 de Abril de 2021

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Tres son los regalos de los que hacemos memoria agradecida: la Eucaristía , el Orden Sacerdotal y el Mandamiento del Amor, a la manera y en unión con Jesús. Se trata de tres modos de prolongar históricamente su Encarnación. Presencia visible y eficaz de la gracia para cada uno de nosotros aquí y ahora a lo largo de la historia, hasta el final de los tiempos.

Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN

Propongo hoy reflexionar sobre los tres a partir del sacerdocio ministerial.

Se constata hoy en la sociedad un severo ataque a la figura del sacerdote. Esto posee implicancias devastadoras para la fe de millones de creyentes, y para la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo.

Tanto a los sacerdotes, como a los católicos en su conjunto, ciertamente nos avergüenzan las situaciones constatadas fehacientemente en que sacerdotes se vieron involucrados, perpetrando acciones que escandalizan a los pequeños del Señor, y por ello pedimos perdón en su nombre.

Acto seguido, debemos decir que la enorme mayoría de los sacerdotes, con sus miserias, luces y sombras, intentamos ser fieles y no participamos de actos pecaminosos en contra de nuestros hermanos. Más bien se trata de todo lo contrario. Por ellos y por su bien, elegimos consagrarnos a Dios.

Recordemos, en honor a la verdad, que miles y miles de sacerdotes dieron y dan su vida por sus hermanos practicando el mandamiento del amor cotidianamente en el ejercicio de su ministerio.

A través de sacerdotes pertenecientes a órdenes o congregaciones religiosas, o de sacerdotes seculares, párrocos o no, la evangelización del mundo en los cinco continentes es una realidad evidente desde hace ya 2000 años. Pensemos tan sólo en nuestra América, a la que llegaron miles de pastores fieles dispuestos a dar la vida por quienes estas tierras habitaban y habitan, sembrando a cada paso una vida más plena y digna, y en definitiva eterna, para todos ellos.

Es importante por otro lado distinguir la vasija del tesoro. ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro’, dice San Pablo en II Cor 4,7 en relación a la fe y a todo lo que a ella se refiere, incluido el ministerio sacerdotal. El ataque al sacerdocio termina siendo ataque a la Eucaristía , meta de la lucha del maligno contra Dios, que quiere borrar de la historia el sacrificio redentor de Cristo en la cruz que se hace presente en cada altar cuando se consagra su cuerpo y sangre.

Al atacar la Eucaristía , se ataca también toda la economía sacramental: la reconciliación, con el consecuente endurecimiento de las consciencias, el bautismo, puerta de entrada a la gracia santificante, le matrimonio, ignorado hoy en toda su riqueza y necesidad, la unción para el enfermo, que cada día se pide menos…

La Iglesia debe recuperar la centralidad del domingo y la necesidad del alimento eucarísticopara robustecerse. Si bien la santidad del sacerdote ayuda grandemente a la fecundidad de su labor, su miseria personal no disminuye en nada el valor de la gracia que administra. En todo caso si percibimos estas falencias, debemos rezar por ellos para que se levanten de su postración.

Todos los bautizados debemos recuperar la consciencia del valor de este magnífico don, de esta vocación que Dios quiso fuera indispensable para la expansión de su Reino. Sin sacerdote no hay Eucaristía, no hay perdón de los pecados graves, no hay unción para los enfermos, muchos de los cuales se preparan a través de ella para el ingreso al cielo.

Padres de familia, niños y jóvenes deben volver a ver en el sacerdote a Cristo Buen Pastor, mediador entre Dios y los hombres, padre de todos, maestro de vida, amigo fiel, quien gracias a sus manos consagradas, se hace testigo de historias ocultas que sólo él junto a sus hermanos conoce, y que cambian vidas para bien, a través del bálsamo del perdón y la misericordia.

Hoy se habla mucho de ministerios laicales, de movimientos eclesiales, del diaconado permanente, y de otros servicios eclesiales, y esto está muy bien. No olvidemos, sin embargo, que la figura del sacerdote es esencial, y nada ni nadie la sustituirá conforme el ‘diseño arquitectónico’ que Jesucristo quiso para su Iglesia.

Oremos para que en la Iglesia se produzca una primavera de vocaciones sacerdotales, como respuesta fiel y valiente a los ataques que tanto Dios como la naturaleza humana experimentan en estos días. Nosotros bien sabemos que el antídoto para todos los males de la humanidad es Jesús Sumo y Eterno Sacerdote, quien en su Misterio Pascual nos salva y renueva a cada instante, y en cuya persona actúa el sacerdote ministro”.

¡María, madre de los sacerdotes, y José, varón justo, sostengan nuestra súplica, y que Dios los bendiga!

 

Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN

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