Unos comentarios al suelto “Balance del año según Mamerto Menapace (Monje Benedictino)”

NOTA DE OPINIÓN Viernes 27 de Enero de 2017

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El autor es Bachiller en Filosofía, Docente en Catequesis y Tutor en el Nivel Primario y Secundario, articulista y ensayista. Recientemente publicó su primer libro “Lenguaje, Ideología y Poder” (Ediciones Castilla, 2015), habiéndose impreso recientemente la segunda edición del mismo.

A través de un amable contacto que tenemos en Facebook, nos llegó esta carta, atribuida al monje benedictino Mamerto Menapace. Me pareció interesante realizar unas apreciaciones. Hubo frases que especialmente llamaron mi atención. La carta dice así:

Autor: Juan Carlos MOnedero (h)

"Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos.

Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.

Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo.

“Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso. Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas: -a aprender a amar -a dejar huella -a ser felices.

Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida.

Nuestras casas independientes de los recursos se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro.

Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual. Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias. Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca...

Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.

Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón.

Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro".

 

Tengo que confesar que hay partes que me gustan mucho. Creo firmemente que es bueno, “y muy bueno”, interpretar los resultados en la vida como instancia de aprendizaje, más allá de esos dos impostores a los que acertadamente se refería Rudyard Kipling:

“Al éxito y al fracaso, esos dos impostores,

trátalos siempre con la misma indiferencia”.

Es cierto también que el poder de nuestra mente puede determinar el impacto que ciertas realidades tienen en nuestra vida, convirtiendo una circunstancia dramática, sin aparentes aspectos positivos, en una ocasión para el crecimiento personal. Los coaches ontológicos, los profesionales de la motivación –tanto deportiva como profesional, tanto social como familiar– sostienen que es posible darle otra connotación a ciertos episodios de nuestra vida, a primera vista juzgados como desfavorables.

Igualmente, es bueno que Menapace proponga dosificar la tecnología, vivir en plenitud, con más calidez, amor, etcétera... Ahora bien, en una instancia un poco más crítica; la idea de crecer en lo espiritual, "cualquiera sea la visión de ello", ¿no implica validar la actual atmósfera de indiferencia religiosa? Así, parece que una religión vale lo que vale cualquier otra. ¿Y entonces por qué creemos en la que creemos? Parece como si la religión no fuese una Revelación que tiene su origen en Dios. Son especulaciones que se supone que no se le escapan a un monje benedictino, formado y ordenado como sacerdote, si bien no tenemos la certeza de que este escrito sea efectivamente suyo.

Asimismo, tampoco me parece adecuada la expresión acerca de la felicidad. “Ser feliz es una decisión”, se escucha frecuentemente, no sólo por boca de Menapace. Que se me disculpe si hago una exégesis demasiado purista de una frase, pero ¿acaso por las palabras no queda expresado el pensamiento? ¿Y qué pensamiento se expresa en este caso? Exégesis: si somos creaturas, si efectivamente somos creaturas pensadas, diseñadas y existentes en virtud de la inteligencia y el poder de Dios, nuestra felicidad no consiste en la decisión de ser felices. Entiendo que no es algo que podemos “tomar” por nosotros mismos. Nuestra felicidad consiste en la concordancia con nuestro destino, en la conformación con el arquetipo que debemos ser, con lo que Dios ha pensado para nosotros, meta que, lejos de implicar una limitación a la libertad humana –como sostenía un Federico Nietzsche, con sus acusaciones, por ejemplo–, es su más auténtica realización. Y ésto por lo que dice San Agustín: “Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos”, es decir, Dios está más dentro nuestro que lo que nosotros mismos lo estamos para nosotros mismos.

Ser feliz implica decisiones, por supuesto; la decisión de sujetarse a la esencia, a ese “Sé lo que eres” sanmartiniano. Ser feliz implica corresponder a la vocación, al llamado, proveniente de la boca de Dios Nuestro Señor. Sin pretender restarle mérito a toda la obra de Mamerto Menapace, que por supuesto no puede reducirse a este fragmento, es mi deseo acercar a los interesados estas reflexiones.

Autor: Juan Carlos MOnedero (h)

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