SENTIDO DE URGENCIA

NOTA DE OPINIÓN Viernes 10 de Octubre de 2014

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"Reloj de Arena" de Ana Librillana

“Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas… Y si quieres ir a otro sitio… Deberás correr, al menos, dos veces más rápido” Lewis Carroll (1832-1898)

Autor: Rodolfo M. Lemos González

¿Da lo mismo hacer las cosas hoy o dejarlas para mañana?

Desde pequeños, muchos de nosotros hemos estado en contacto permanente con ese antiguo aforismo español que rezaba “no dejes para más tarde lo que puedes hacer ahora”, que en nuestro país hemos adaptado  como “no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy”. En el fondo de esa sencilla oración se esconde un elemento emblemático, un nudo existencial, donde se asoma la noción de deber, se esboza el concepto de pereza, y también se ataca ese relativismo temporal en el que hoy vivimos encerrados.

En muchas ocasiones, por no decir en la gran mayoría, hay un abismo en los resultados que pueden desprenderse de la determinación de actuar ya, frente a ese letargo somnoliento que dilata la acción para un indeterminado tiempo futuro. ¿No conocemos acaso muchas historias donde la vida misma de una persona se jugaba en ese lapso que ocupa la dualidad “ahora” o “después”? Las historias clínicas están plagadas de casuísticas donde una rápida intervención salvó un paciente, mientras otros fallecieron por demoras que a veces podrían contarse en minutos…

Hoy asistimos a un caso sumamente extraño: no se trata de un paciente individual, sino que el convaleciente es un Estado, el cual está formado por más de cuarenta millones de personas. La República Argentina se debate entre la vida y la muerte. Su vida representa la posibilidad de regresar a ese pedestal entre las naciones que conoció hace muchísimos años. La identidad de este país está ligada a ese destino de grandeza. Desde nuestros orígenes, hemos sido concebidos como un país poderoso y rico, con la suficiente cantidad y diversidad de recursos como para convertirnos en un líder internacional indiscutido. La Argentina está llamada a ocupar un  lugar de honor  entre los tres o cinco primeros países del mundo. Por el contario, su muerte, su extinción moral e histórica, llegará cuando esa posibilidad de reencontrarse la Gloria del Ayer se ahogue por completo, ya sea por el mero paso del tiempo conjugado con  inactividad, por la pereza indiferente de su pueblo, o por la ineptitud de sus dirigentes.

Durante décadas hemos retrocedido, a veces con lentitud y ofreciendo una dura batalla contra el tiempo, en otras hemos descendido al averno dantesco de la involución productiva como si bajáramos  por una suerte de tenebroso tobogán rumbo hacia la incertidumbre…

De una forma u de otra, hoy nos encontramos bastante lejos de ese sueño que alguna vez casi llegamos  a materializar, acariciándolo con la yema de nuestros dedos, lejos de ese destino que estuvo por apenas unos instantes cristalizado sobre las páginas de la historia.

Nuestro país es como ese ciclista que se ha quedado rezagado, y ahora debe recuperar el tiempo y el terreno perdido. Pero he aquí la clave del asunto. Como no se trata de una carrera individual, ni somos nosotros mismos el único parámetro de medición: no basta sólo con avanzar, se trata también de hacerlo más rápido de lo que lo hacen los que van por delante nuestro. Si el ciclista del ejemplo, por algún motivo en determinado momento se detuvo, o redujo drásticamente la velocidad de su bicicleta hasta el punto de perder de vista a quienes antes junto a él punteaban la caravana, no le alcanzará ahora con volver a recuperar su velocidad inicial. Con ello sólo detendría el distanciamiento, pero seguiría igual de lejos que antes de sus rivales. Los demás ciclistas siguen en movimiento, y por lo tanto el rezagado debe superarlos en metros recorridos sobre segundos, para llegar en algún momento nuevamente al lugar original al frente de la caravana, o eventualmente dejarlos atrás.

A un país que como el nuestro, no le alcanza con volver a ponerse a marcha, debe hacerlo a un ritmo lo suficientemente enérgico como para alcanzar a aquellas naciones que alguna vez fueron nuestros pares, y que hoy están bastante lejos, al punto de parecer casi inalcanzables…

De allí surge una contraposición crucial de miradas, dos posturas casi opuestas. Si el ciclista se mira a sí mismo, y toma como referencia su propio recorrido, desde el momento en que ha vuelto a poner en movimiento su medio de transporte puede afirmar que avanza, y luego de cierta cantidad de minutos, podrá decir que ha avanzado mucho. Pero esa apreciación no sólo es relativa, sino que en realidad es totalmente falaz. Para poder hacer la misma afirmación en relación a la caravana que tiene delante,  bastante lejos, es crucial poder analizar a qué ritmo avanzan sus compañeros, y qué tan distantes o qué tan cercanos  se encuentran en dicho momento. Ese es el único análisis objetivo y cierto posible, el único que podrá  reflejar cómo estamos nosotros en relación a los otros. Y descartemos de plano  cualquier tipo de comparación con aquellos que desde el inicio estaban detrás nuestro. La conocida “comparación para abajo” sólo nos genera una ficticia sensación de éxito, cuando la clave es mantener nuestra mira en aquellos que están delante de nosotros.

Reitero, ningún país puede hacer una comparación con sí mismo, sin pecar en ello de una falta de competitividad y ausencia de metas a futuro alarmantes. A veces escucho a personas, dirigentes, o diversos “opinólogos” a la orden del día que afirman con tesón que “estamos mejor”, o su equivalente, el decir que  “vamos bien”.

Me permito discrepar. Y he aquí mis razones: ese tipo de afirmaciones tienen su origen, como ellos mismos se esfuerzan en transmitir con gráficos y palabras, en una necia comparativa con nuestro propio pasado. Pero omiten, ingenua o intencionalmente, analizar a dónde están hoy aquellos países a los que tratamos (o deberíamos tratar) de aproximarnos. Poco importa dónde estábamos nosotros hace treinta años y dónde estamos ahora, la clave de todo este asunto es dónde estaban esos otros países hace treinta años, y dónde están ellos hoy, y en relación a esta gráfica, dónde nos encontramos nosotros. Y si queremos hacer el doble análisis, comparando nuestra propia perfomance con la de los demás, es bastante mediocre tomar como referencia para nuestro análisis nacional el punto más bajo o los puntos más bajos de nuestra historia, al lado de los cuales es muy fácil parecer o sentirse un campeón en toda regla. Me gustaría más que miráramos hacia nuestros picos más altos, y contra ese pasado estrelláramos nuestra actual realidad, para ver si estamos mejor o peor. Al menos sería una comparación más honesta y con miras hacia la excelencia.

Y lo que surge de cualquier simple análisis de la realidad actual y la evolución histórica de nuestro devenir nacional de las últimas décadas es alarmante. Se han hecho cosas, eso es innegable. Pero a destiempo. Es decir, hemos perdido totalmente ese sano y esencial sentido de urgencia. Esa competitiva tensión que nos indica que debemos hacer más en menos tiempo. Ese deportivo “stress” que nos apremia a “pedalear más rápido” cada día de lo  que lo habíamos hecho el día anterior.

Hay cosas que son indiferentes al paso del tiempo, y tienen un valor objetivo en sí mismas. Pero en muchas otras su capacidad de convertirse en elementos que achiquen esa distancia entre nuestro presente y el que atraviesan nuestros competidores, es totalmente relativo, subjetivo, y depende en gran medida del momento en que se llevaron a la práctica.

En este tipo de cuestiones, a veces el momento de ejecución es tanto o más importante que la ejecución en sí misma.

El tiempo es tal vez una de las variables más contundentes, peligrosas, e implacables de todas las que una Nación debe atender.

Como ha quedado expuesto, no basta con “hacer” sino que es necesario “hacer en tiempo”, que es muy distinto. La mayor parte de los puntos a favor de las recientes gestiones de gobierno detrás de las que se atrincheran y se escudan sus ejecutores de turno, ponen  su énfasis en lo que se hizo, pero pocas veces se detienen a analizar si eso se realizó en función y conjugado con la fuerza arrolladora e inclemente del factor tiempo. Hay guerras que se perdieron no tanto por no hacer las cosas necesarias, sino por no hacerlas a cuando era oportuno. Así nos hallamos en una encrucijada, donde el “cuándo” es tan importante como el “qué”, y hasta más imperioso que el “cómo”. Este sentido crucial de la dimensión que tiene el accionar sobre el presente parece escapar a los razonamientos de nuestros dirigentes, más ocupados en pensar qué hacer (algunos, los que todavía piensan en algo) y no tanto cuándo sería pertinente hacerlo. Ingresa en escena cierto elemento trágico a esta ecuación, que está definida por esa instancia retórica donde nos hallamos a nosotros mismos preguntándonos qué se debería haber hecho, y no se hizo, cuando revisamos nuestro pasado más reciente, tratando quizás de hallar respuestas para los fracasos del Hoy.

En lo personal le atribuyo esta suerte de ceguera o de somnolencia a dos factores completamente disímiles, que bien pueden presentarse al mismo tiempo, o por separado:

- Por un lado  la ingenua negligencia fruto de la incapacidad, falta de formación, o simple pereza, que a pesar de ser aparentemente inocente (ya que el ejecutante no tiene plena consciencia de la diferencia vital que tiene el actuar ahora mismo o hacerlo más tarde) los resultados son igual de dañinos y como siempre, la población toda será la que pague en última instancia esa ausencia de avance.

- Por otro se encuentra una suerte de especulación política, que casi me animo a arriesgar que es la que refleja con más fidelidad nuestra actual problemática. Un gobierno que llevara  a la práctica sus ideas y proyectos en el menor tiempo posible, desecharía  una herramienta que hoy se ha convertido en una suerte de espada de Damocles sobre gran parte del electorado, condicionando su voto futuro, y posibilitando una suerte de perpetuidad indefinida de un color político en el poder, triste realidad  que ha llegado a amenazar seriamente nuestros cimientos republicanos y democráticos. Esa vil herramienta, que en realidad no es más que una suerte de “chicana” política de dimensiones colosales, es en esencia  un “ralentí” programado y diseñado a medida. De tal manera que los dirigentes hacen cosas, y llevan adelante un proyecto de país, pero se resguardan la potestad de hacerlo con la suficiente lentitud como para que al momento de las siguientes elecciones no se encuentre terminado: ofrecen así ante el electorado una disyuntiva un tanto perversa, donde deben elegir entre dejar inconcluso lo iniciado o volver a reelegir al mismo equipo para que pueda continuar realizando sus tareas, con la esperanza de que rápidamente las terminen. Esa pereza estatal estudiada y premeditada, esa lentitud llevada casi a un grado institucional, ha pasado a ser una suerte de cáncer político que afecta a casi todas las realidades políticas del país, pasando por los tres niveles de nuestro sistema federal. Los poderes ejecutivos tanto nacionales, provinciales, como municipales, llevan adelante obras y proyectos, pero se aseguran de que no sean terminados dentro de su período, así dejan establecida una suerte de “seña” que segura su continuidad en otro o más periodos. El problema aquí no es demasiado complejo de sintetizar: tenemos representantes políticos  que operan  y juega no tanto en favor de quienes lo votaron, sino de ellos mismos. Dirigentes que se aseguran ante todo su continuidad temporal en sus funciones, y no tanto el avance sostenido provisto de la celeridad que requiere nuestra Patria en estos momentos cruciales.

No es muy distinto al albañil que como cobra por día de trabajo, trata de estirar lo más posible su obra, para que abarque la mayor cantidad de días posible. Que se opone al sistema donde el pago o retribución llega sólo cuando la obra está terminada, y ello urge al empleado a realizarla lo más rápido posible.  Lamentablemente, la recuperación de este gran país que fue en algún momento la Argentina no sólo depende de hacer las cosas, y por cierto de hacerlas bien, sino también y en gran medida de hacerlas lo más rápido que podamos sin afectar su calidad.

No podemos seguir permitiéndonos este lujo de presenciar cómo con la velocidad de un caracol rengo se llevan adelante obras y soluciones que a nuestros países vecinos les llevan mucho menos tiempo, y ni hablemos cuando nuestros resultados una vez finalizados son ostensiblemente inferiores a la media internacional.  

Debemos detener este juego enfermizo, donde la clase política se han convertido en una parcela independiente del resto de la sociedad y ha comenzado a operar casi exclusivamente para sus propios intereses, en lugar de resguardar los de toda la Nación.  

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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