IN MEMORIAM: La Aristocracia de la Virtud

NOTA DE OPINIÓN Miércoles 3 de Septiembre de 2014

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"El último cruzado" de Karl Friedrich Lessing (1808-1880)

“Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar. Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura, y ocioso el caballero sin peto ni respaldar. Va cargado de amargura, que allá encontró sepultura, su amoroso batallar (…) ¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, en horas de desaliento así te miro pasar! ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar; hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado; hazme un sitio en tu montura que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar! Ponme a la grupa contigo, caballero del honor, y llévame a ser contigo pastor…” León Felipe (1884-1968)

Autor: Rodolfo M. Lemos González

Partiendo del pensamiento del beato español Ramón Llull, es posible afirmar que la figura del caballero se ha extinguido casi por completo. Aquí vale la pena detenerse a observar cómo, contrariamente a lo que podría surgir de una lectura superficial de la evolución de las ideas políticas en occidente, el rol social del caballero medieval sobrevivió durante varios siglos más allá del advenimiento de la modernidad y el Renacimiento.

Para Llull, quien supo hacer un minucioso  análisis retrospectivo en el siglo XIII de las primeras épocas del medioevo,  ese primitivo esquema social de características minimalistas que hoy conocemos como "feudalismo"   tenía  tres grandes protagonistas: el señor feudal, los vasallos, y los siervos. Llull acierta al explicar  con atinado criterio que esa organización primitiva donde la distancia entre el señor y sus siervos era tan grande corría el riesgo de fracasar, debido a las fricciones lógicas que generan una balanza social y económica tan desequilibrada. Es así como surgió tempranamente la figura del caballero, quien funcionaba como un agente aislado que sin ser siervo ni vasallo, y tampoco señor, oficiando como nexo entre los  extremos más alejados. De esta manera, sobre el caballero recayó  la misión de resguardar el orden, la equidad, la justicia, y en última instancia la paz dentro del feudo. Mientras  señor y vasallos se encargaban de la administración orientada a las fronteras y a los agentes exteriores,  los siervos labraban  la tierra, y  el caballero  protegía la sana convivencia de todas las partes. Juez, abogado, mediador, y protector de los más humildes, el caballero aligerado del peso de formar parte del  circuito de producción económica, cabalgaba a la búsqueda del honor y la gloria que le devolvían como frutos su incansable labor por la justicia y la  paz. “Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil”  así se auto definía el Quijote de Cervantes. Lo suyo era casi un apostolado de carácter laico, las únicas posesiones del caballero eran sus armas y su caballo. La única herencia que dejaría a su familia sería su nombre, el honor, la gloria, y un gran ejemplo.  Llull se anima a definir al caballero andante como aquella persona que procuraba  la paz por la fuerza, un hombre que  había sido escogido para ser mejor que otros. No es casual que su imagen haya permanecido en el imaginario colectivo como la práctica más fiel y noble de la fe cristiana en aquellos tiempos de oscuridad. Porque la búsqueda del caballero era eminentemente mística y extra-terrenal. Su vida entera giraba en torno a la conquista del paraiso cristiano, y no en procurar un buen pasar para su efímera existencia terrenal. Su paga era el reconocimiento, y su posesión de mayor valor era su honor, que estaba dispuesto a defender con la vida. De esta manera, era el caballero quien lograba mantener ya sea con prédicas o con el uso de sus armas, una paz y una felicidad razonable para los más desposeídos. Los siervos en muchos casos no conocían personalmente a su señor o a su Rey, pero estaban en contacto permanente con sus nobles embajadores, que eran estos  distinguidos  miembros de la caballería andante.

Los caballeros eran a la vez, una nueva forma de aristocracia, de raíz profundamente cristiana. Su posición no estaba sostenida en el poder económico, ni en los títulos, ni en su origen… Su estatus social se alimentaba exclusivamente de la  virtud, hecha pública a través de increíbles proezas y actos de elevado heroísmo.

 Y de esta manera funcionaban como una suerte de contra-peso sobre el poder del señor feudal. El señor o el monarca que no viviese o administrara su feudo cristianamente se arriesgaba a ser titulado de “tirano” o “villano” y ser depuesto por una conjunción de caballeros. Este poder, cada vez mayor de los caballeros como autoridad moral llegó a convertirse en un obstáculo casi insalvable para las ansias de expansión económica y política de varios monarcas. Con el paso de las décadas y los siglos, a medida de que fue quedando atrás el trauma que significó la caída del Imperio, y su consecuente caos y oscuridad, comenzó a surgir un nuevo protagonista social, que tendría un nefasto destino. Con el resurgimiento lento del comercio, primero entre vecinos, y luego a mayores distancias, se configuró el burgués moderno. El burgués, comerciante y mercader, vino a ser el antónimo del caballero. También formaba parte de una clase privilegiada, pero su aristocracia no se sustentada en la virtud sino en  la acumulación de divisas. Es así como, mientras el caballero dependía para mantener su condición, de un honor y fama intachables, estas cosas le eran totalmente innecesarias al mercader. Su estatus burgués se cimentaba en su riqueza material y económica, y no necesitaba de una vida honorable. No la necesitaba, y hasta la despreciaba, en la medida de que resguardar el honor y la virtud cristiana podrían eventualmente regular o disminuir su capacidad de acumulación de riqueza material. Así como para el caballero no existía nada más allá de la virtud, para el burgués nada estaba por encima del oro. Todo lo que su falsa felicidad materialista y hedonista necesitaba lo podía comprar. Compraba el lujo, títulos nobiliarios, señorios, tierras, y hasta el favor del clero. Así transcurrían  las vidas de estos nuevos ricos, ajenas a los riesgos de la vida caballeresca, dándose lujos que superan incluso la cómoda vida que poseían el monarca y sus nobles. Algunos reyes, ávidos de sacarse de encima a los humildes caballeros que impedían que hiciese lo que quisiese con sus siervos y con sus señoríos, comenzaron a tramar una alianza terrible con esta nueva casta social. Llegamos así a los comienzos de la modernidad, y a los albores del  Estado Absoluto. Este último no será otra cosa que un modelo político resultante de la relación íntima entre monarca y burgués. Con el dinero del burgués el monarca pudo armar fuerzas militares pagas que eventualmente eliminasen o expulsaran a los caballeros de sus territorios. La aparición de la pólvora terminará de aplastar la hegemonía que a la fuerza imponían los miembros de la  caballería. Desde ese hito tecnológico cualquier campesino analfabeto con un mosquete o arcabuz en sus manos podía abatir sin miramientos y de lejos al paladín  que cargaba a caballo con su lanza.

A medida que crecía el poder absoluto de los monarcas, el mundo medieval  y feudal naufragaba con rapidez, y junto con él la figura del caballero andante. El déspota ya no necesitaba consensuar con sus caballeros su administración, ni contenerse a la hora de exigir más horas de trabajo o más impuestos a sus siervos. Ya no había  mesas redondas donde el rey se reunía con sus pares en virtud. Desapareció para siempre el nexo entre el Estado y las grandes masas, que quedaron  nuevamente desprotegidas, sumidas en un  temor reverencial, y disciplinadas a fuerza de hambre y miseria.

Sin embargo el caballero de la hispanidad, a diferencia de sus pares bretones, franceses, o teutónicos, encontró la forma de subsistir durante varios siglos más, lejos, muy lejos del continente europeo… El año 1492, el grito de Triana, y la buena estrella de Colón les brindaron  sus pasaportes para escapar de la modernidad y de  una Europa que corría atolondrada hacia el absolutismo. Será en la América española,  donde  sobreviva durante años el modelo feudal, donde señores y caballeros puedan mantener su paridad original, uno por encomienda real, el otro por el honor. A estas latitudes tardarán mucho en llegar los burgueses, y recién a finales del s.XVIII comenzaron a florecer algunas pequeñas burguesías portuarias en nuestro virreinato. Cuando finalmente, el poder absoluto amagó con hacerse presente en estas tierras lejanas, comenzaron las inevitables fricciones. Esta vez los señores y caballeros americanos no tendrían otros rincones hacia donde embarcarse para seguir viviendo tranquilamente su medievalismo romántico y místico. Los primeros en sufrir el peso implacable del monarca absoluto en América fueron los jesuitas. No pasaron muchos años antes de que se encendiese  la llama de la revolución. Pero esta revolución americana, tendría dos caras, dos sentidos diametralmente opuestos que coexistieron durante toda la contienda… Porque justamente es ese momento histórico donde tuvo lugar la gran crisis entre los antes socios y aliados en Europa: la Revolución Industrial agigantó  los ingresos de los burgueses, que se sintieron lo suficientemente poderosos como para prescindir de sus monarcas absolutos. La Revolución Francesa  fue el primer hito de ese conflicto. La burguesía se hizo con el poder, y desplazó al monarca, imponiendo su propia ley mercantilista de oferta y demanda aplicada al ámbito politico, pariendo las modernas democracias liberales y constituciones seculares. De en medio del sangriento terror parisino surgieron las bases ideológicas que fueron el sustento de las posteriores repúblicas constitucionales, burguesas, masónicas, y liberales que se extendieron sobre el globo en el siglo siguiente. Estas ideas infectaron las mentes de nuestra joven burguesía en aquellos primeros y breves coqueteos que  el liberalismo anglosajón mantuvo con una facción de la sociedad porteña durante las accidentadas  invasiones inglesas de 1806 y 1807.

El 25 de Mayo de 1810 representa la explosión de dos sectores radicalmente opuestos contra los intentos de un Estado Absoluto español, jaqueado en Europa por las fuerzas napoleónicas, de terminar de imponerse en las tierras del Río de la Plata. Por un lado, estaban los defensores de un modelo de producción económica y organización social de clara  raíz feudal que había prosperado en nuestros pagos desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII  de forma  casi ininterrumpida.  Eran  los herederos de los Conquistadores, de los héroes de la Reconquista, y de los caballeros andantes medievales. Por otro lado, había un pequeño sector burgués  liberal, francmasón, anti-hispánico, y anti-católico. Eran en realidad muy  pocos, pero sumamente poderosos económicamente gracias al puerto liberado del monopolio realista  y a eventuales préstamos que les darían  sus socios de afuera. Entre 1810 y 1825 los partidarios del modelo absolutista y los herederos del feudalismo medieval se trenzaron en una encarnizada lucha sin cuartel, que encontró su clímax en la frontera norte, a lo largo y ancho del Altiplano. Mientras, lejos del fragor de la lucha, un diminuto conjunto de burgueses asentaba  las bases teóricas e intelectuales  del país liberal que soñaban construir  para su propio beneficio una vez que los otros dos sectores se haubiesen eliminado mutuamente en años y años de  conflicto atroz.

Sin embargo, el colapso del poder godo llegó de forma intempestiva, casi  abruptamente cuando todavía parecían tener restos para seguir luchando al menos una década más. De esta forma, los defensores de una postura hispánica y medieval lograron sobrevivir a la guerra, y regresaron a sus hogares luego de quince años de lucha, esperando retomar el gobierno de sus tierras.

El retorno  de los señores feudales criollos y sus caballeros de la gesta independentista marcó el inicio de las guerras civiles. Los burgueses no estaban dispuestos a ver cómo los caudillos de la hispanidad volvía a convertir a las provincias en señoríos y feudos, destruyendo sus sueños de repúblicas afrancesadas y constituciones anglosajonas. Las guerras civiles argentinas del siglo XIX  no tuvieorn su trasfondo entre una organización de gobierno más federativa o más centralizada como nos han hecho creer los que escribieron nuestra  historia liberal. Lo que se debatía en el fondo era hegemonía de uno u otro modelo, era el hispanismo medievalista, místico y feudal, contra la modernidad secular, constitucional, y liberal.

Durante largos años, el sector hispánico pudo imponer su ley por la fuerza de las armas. Así, el feudalismo argentino vivió sus últimos días dorados durante los años de la Confederación, bajo la coordinación del caudillo Juan Manuel de Rosas, quien  impuso paradójicamente un esquema bastante centralizado de gobierno.  Durante décadas las provincias fueron señoríos casi independientes, unidos bajo una misma bandera, unidos por convicción bajo la conducción de un sólo líder. La sociedad vivía en relativa armonía, sin sobresaltos, abocados a sus tareas rurales, y el metálico que pudieran reunir los burgueses no podía competir con el honor de los que servían a la Patria. No obstante fueron tiempos de gran incertidumbre, ya que el accionar de los líderes liberales exiliados en los países vecinos aliados a potencias extranjeras nunca dejó de cubrir con su sombra de engaños y conspiraciones el brillo de la enseña patria, que a pesar de todo supo mantenerse en lo alto de mástiles y fortificaciones. Pero al igual que en los tiempos de Arturo, de en medio del hispanismo surgió la semilla del mal, y los argentinos demasiado tarde descubrieron al oscuro Mordred que se escondía detrás del rostro de quien era conocido como la "primera espada" del federalismo rosista... En el marco de la olvidada segunda Guerra con Brasil, el caudillilsmo nacional vio posarse sobre su cabeza los oscuros nubarrones de la traición, que auguraban el fin de la Confederación...

Mal que le pese a los caballeros de la  hispanidad católica, la batalla de Caseros y la traición de Urquiza sellaron el destino de los últimos rastros que quedaban del medievalismo  en todo el mundo hispano hablante, dando comienzo a una era marcada por crecimiento de la francmasonería burguesa, un Estado secularizado, y el nacimiento de una nación que renegaba de su pasado hispánico y medieval. Las condiciones de vida de los estratos más bajos de la sociedad se hicieron cada vez más penosas, y dieron lugar a interminable cantidad de conflictos a lo largo del siglo XX. Esas masas postergadas fueron el caldo de cultivo para que germinaran las ideas socialistas y anarquistas  importadas de Europa a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Este nuevo ideario terminó por afectar por completo  al funcionamiento de un sistema democrático viciado desde su origen, que en realidad nunca había sido del todo eficiente.

Finalmente el siglo XX argentino, visto desde cierta distancia, no fué más que una continua lucha entre marxistas, bolcheviques, y la burguesía liberal. El hispanismo católico, salvo puntuales episodios,  ha quedado relegado a  una suerte de muerte política. Los caballeros de la hispanidad  que antes sostuvieron la convivencia social del medioevo, que luego evangelizaron e hicieron prosperar asentamientos en estas tierras vírgenes americanas,  y finalmente supieron cargar con la responsabilidad de una guerra abierta contra el absolutismo, fueron vencidos por el tiempo y el destino, encontrando en el lejano 3 de Febrero de  1852 su última batalla… Tal vez, a la luz de los fracasos estrepitosos tanto de los modelos neo-liberales, como de los neo-marxistas en las últimas décadas, en algún momento retomemos  un modelo cristiano de carácter marcadamente  aristocrático y caballeresco, donde la virtud y el honor puedan más que el poder o que el dinero, y volvamos  a intentar reconstruir  la felicidad de una Patria dolida por dos siglos de lastimosas guerras fratricidas y absurdos proyectos de país que no fueron a ninguna parte. 

Autor: Rodolfo M. Lemos González

Comentarios

mirta bono
Viernes 12 de Septiembre de 2014

Muy bueno...pero lo voy a leer otra vez y pondré más cosas.......me gusta la palabra proeza.......

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