FANTASMAS DEL PASADO

NOTA DE OPINIÓN Viernes 18 de Julio de 2014

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General Don Manuel Belgrano

Toda nación tiende a recordar y exaltar la memoria de los héroes. Ellos personifican, con sus aciertos y sus errores, el nacimiento de nuestra Patria.

Autor: Rodolfo M. Lemos González

Sin embargo, en Argentina con el paso del tiempo hemos perdido la dimensión de sus acciones. Nos hemos quedado con una imagen distante y confusa de aquellas primeras horas de combate, en las que se conquistó con sangre la libertad de las provincias que hoy forman la República.

Con la publicación de algunos textos de historia, que olvidaron lo esencial para limitarse a narrar una serie de hechos meramente cronológicos, el recuerdo de éstos patriotas de la primera hora se hizo difuso… Sus rostros se transformaron lentamente en un bronce mudo e inexpresivo…

Los episodios de la Guerra de la Independencia que ellos protagonizaron, se transformaron en leyendas. Las leyendas, transmitidas de forma oral por varias generaciones, con el correr de los años se convirtieron en mitos. Y finalmente, la verdad de lo sucedido se perdió en la noche de los tiempos.

Y así, poco a poco, los argentinos nos fuimos olvidando de nuestro pasado, de nuestras raíces… Y olvidando nuestra historia, olvidamos también nuestra identidad como Nación.

Pero a veces, cosas del destino, nuestra existencia rutinaria se cruza con alguno de éstos relatos anecdóticos que nos llegan con ecos lejanos de cañones y glorias perdidas. A medida que recorremos las páginas amarillentas y olvidadas de nuestra gesta independentista, empezamos a vislumbrar el verdadero rostro de aquello antiguos próceres de la argentinidad naciente.

De entre el polvo de los archivos, a través del humo de la batalla, aparecen frente a nosotros estos fantasmas de tiempos olvidados. Vienen a incomodarnos, a conmovernos, a sorprendernos con sus memorias… Pero sobre todo, vienen a recordarnos quiénes éramos, quiénes fuimos alguna vez, los argentinos…

En la tarde trágica del primero de Octubre de 1813 el ejército patriota fue abatido en los llanos de Vilcapugio por las huestes del General español Francisco Pezuela. Sobre el campo de batalla quedaron enterrados los anhelos y sueños de poner fin a un conflicto que ya había durado más de cuatro años. Fue una derrota amarga. Este revés militar de dimensiones colosales se materializó cuando los patriotas parecían tener el triunfo al alcance de la mano. Entre toques de clarín y cargas de caballería, el destino de la Revolución de Mayo pasó de un brillo vencedor a una oscura incertidumbre. La victoria definitiva, que traería el fin de la Guerra, se le escapó entre los dedos de la mano al General Belgrano. En apenas hora y media las tropas leales al Rey habían logrado dar vuelta el resultado de casi una jornada entera de sangre y sudor, poniendo en jaque los sueños de libertad de 1810.

Al final del día, trescientos patriotas se alejaban lentamente, cuesta abajo, a través de estrechos pasajes entre las montañas nevadas del Alto Perú. La desolación y el miedo se alojaban en los corazones de soldados y oficiales. Sólo el viento interrumpía el silencio de muerte que flotaba sobre la columna que constituía los restos del Ejército de las Provincias Unidas.

En la retaguardia, cerrando la marcha, el General avanzaba con lentitud. Montado sobre su caballo marrón de combate, el famoso “Rosillo”, sostenía firme en su brazo derecho la enseña patria bicolor. La tela, de dos paños que representaban los colores del manto de la Virgen, estaba convertida en un montón de girones y fragmentos de tela que apenas se mantenían asidos al hasta. En los últimos momentos del combate, cuando los restos del ejército patriota se habían reunido en torno a la Bandera para defender la última posición de lucha, varios soldados españoles habían descargado sus armas sobre la enseña patria. A pesar del lamentable estado de la insignia, Belgrano la sostenía en alto, como un símbolo de la inquebrantable voluntad de lucha de los hombres de Mayo. El General podía observar a sus hombres retroceder bajo una fina capa de agua nieve. Esta cortina helada que los rociaba, estampaba sobre los uniformes desgarrados la melancolía del crepúsculo. A Belgrano lo acompañaban los miembros del Estado Mayor, todos consternados con el resultado de la batalla. Nadie decía una palabra. Esa tarde no hubo reproches, no hubo ningún análisis, ni observaciones de ningún tipo… Solo un nudo en la garganta mientras cada uno meditaba y repasaba lo acontecido horas antes. Las imágenes del reciente combate estaban en la mente de cada uno de los jefes de regimiento mientras acompañaban a su General en la derrota.

Belgrano levantó la vista y detuvo su mirada en un soldado que caminaba muy despacio. Tembloroso, parecía agobiado por el peso de su fusil. No aparentaba más de quince años. De repente el joven se desplomó abruptamente sobre el suelo, completamente extenuado por la batalla, incapaz de seguir adelante… Sus compañeros recogieron al soldado inconsciente, dejaron el fúsil de su compañero tirado, y cargaron al joven en sus hombros.

Belgrano se bajó de su montura, y ante la perplejidad de sus oficiales se acercó hasta donde estaban los soldados. Les dijo que lo subieran a su propio caballo, y luego se volvió a recoger el fusil del piso. Le entregó la bandera al Coronel Perdriel y le ordenó que marchase al frente de todos, guiando a sus hombres tras la enseña patria. El oficial se alejó sosteniendo en alto aquel paño celeste y blanco casi destruido por los agujeros de bala. Mientras tanto Belgrano, como si fuese un soldado más, tomó el fusil y comenzó a marchar a pie junto al resto de la columna, arma al hombro.

Impactados y totalmente desconcertados todos los miembros del Estado Mayor desmontaron y le ofrecieron al General sus propios caballos. Belgrano les indicó que él estaba bien, y les ordenó que buscaran en la columna a los demás heridos que no pudieran caminar para darles sus caballos.

Despacio, apesadumbrado, el ejército se movía por resbalosos senderos entre las rocas y la nieve. El General y el resto de los oficiales de alta jerarquía marchaban ahora a pie a sus espaldas. Tras una hora de marcha se encontraron con la columna de caballería dirigida por Diego Balcarce, de doscientos hombres que se había retirado tras la derrota por otro camino. Belgrano agradece al cielo estos refuerzos, que le brindan más seguridad frente a un posible asalto realista. Todos los jinetes desmontan. Mulas y caballos fueron distribuidos entre los heridos. Sin camillas, algunos caballos llevaron encima hasta tres heridos al mismo tiempo.

Mientras el sol se ocultaba entre las cumbres de aquella formación montañosa, el viento comenzó a soplar cada vez con más fuerza, hundiendo el frío hasta los huesos de toda la tropa. Belgrano se adelantó a paso firme entre sus hombres para poder inspeccionar en persona cómo estaba su ejército luego de la derrota. Le costaba caminar entre las rocas y la escarcha. Los pies le dolían terriblemente. Pero continuó avanzando enérgicamente, sin dar muestras de su cansancio, al observar cómo algunos soldados marchaban sin inmutarse descalzos. Tenían los pies morados por las bajas temperaturas y muchos iban dejando huellas de sangre a cada paso.

En contraste con la oficialidad que marchaba al resguardo de costosas botas de cuero, los soldados caminaban sin protección alguna. Las denominadas "botas de potro", que eran el calzado general de aquellos hombres, dejaban sus dedos al aire corriendo el peligro de que éstos se congelaran durante la noche. Otros estaban aún en peores circunstancias, marchando literalmente con los pies desnudos. Belgrano llamó al Dr. Carrasco y le dio la directiva de que buscaran cualquier tipo de tela junto con tiras de cuero, y las repartieran entre los hombres. Todos los miembros del ejército debían protegerse los pies envolviéndolos como sea. Varios oficiales brindaron sus propios ponchos y mantas de lana para improvisar una protección para los pies de sus soldados.

La noche era oscura y sólo los guías nativos conocían cómo moverse entre los desfiladeros y corredores montañosos. La temperatura seguía descendiendo. Los soldados caminaban unos cerca de los otros, confiando ciegamente en la intuición de aquellos indígenas y gauchos que los guiaban hacia un lugar conocido como “El Toro”. Con suerte llegarían a medianoche, decían algunos. El único consuelo de los soldados a los que se les había ordenado el más estricto silencio durante la marcha para no ser descubiertos, era algún sorbo aislado de aguardiente, o prender un cigarrillo ocasional que se compartía entre varios. Los oficiales de la retaguardia estaban muy nerviosos. Habían tenido claros indicios de que los rastreadores del jefe español estaban tras sus huellas. Si una patrulla o un escuadrón de Cazadores realistas les cerraban el paso o los atrapaba en esos momentos podía ser el final de todos aquellos hombres. Al nerviosismo le siguió la crispación, y pronto comenzó una discusión que casi termina en una pelea entre los oficiales de cada regimiento. Los más experimentados sabían que si toda la columna comenzaba a fumar, aún bajo la cortina de fina agua nieve que los ocultaba, esa tenue luminosidad en medio de una noche sin luna bastaría para delatar la posición. Al resto de los jefes les importaba poco. Para ellos el cigarrillo, a esas alturas, era uno de los pocos medios con los que contaban para esfumar la tristeza de la derrota y animar la tropa. La pelea siguió cobrando fuerza y llegó a involucrar a casi todos los oficiales y sargentos de la columna, hasta que intervino Belgrano. El General sin dejar de escuchar las advertencias de los más cautelosos, zanjó el tema con un oportuno toque de humor: “Fumen tranquilos muchachos. En el peor de los casos, si a la luz de los cigarros vienen los enemigos, encontrarán a muchos fumadores que les convidarán tabaco”.

El ambiente crispado de discusión se transformó rápidamente en un momento de risas, mientras a lo largo de toda la columna se pasaba de boca en boca las palabras de Belgrano. Los dichos del General, transmitieron una alegre despreocupación y una gran seguridad sobre los atemorizados soldados en retirada. Ambas necesarias para poder mantener alta la moral a pesar de todo.

Cerca de la una de la mañana, luego de recorrer más de 15km desde el campo de batalla, llegaron a “El Toro”… Allí sólo había dos ranchos y un corral con llamas. Los quinientos hombres de la columna ingresaron a los corrales buscando refugio contra el viento, y luego de disparar con sus fusiles a las llamas, comenzaron a carnearlas para hacer un gran asado a la luz de pequeñas fogatas. Las fuerzas de Belgrano prácticamente desde la madrugada no habían probado un bocado. Los soldados luego de prender fuego con lo que encontraron a mano se comieron la carne de las llamas medio cruda. Varios soldados y oficiales usaron esa noche el cuero de estos animales para cubrirse contra el viento helado. Allí pasaron toda la noche, a la espera del alba. El viento azotaba las rocas de las pircas y las paredes de los ranchos, detrás de las cuales los soldados descansaban.

Dando una clara muestra de que nada había cambiado para el ejército a pesar de la derrota sufrida, cuando las primeras luces del día treparon por los cerros cerca de las 07:00 de la mañana, el General ordenó a todos sus hombres que se formaran en círculo fuera de los corrales. Como todos los días al a misma hora hizo traer el estandarte de la Virgen de la Merced al centro de la formación, y extrajo su viejo rosario del bolsillo. A pesar de estar extenuado físicamente, y de no haber podido descansar bien la noche anterior, Belgrano encontró las fuerzas necesarias para guiar el rezo del rosario matutino.

Luego de rezar, el ejército se puso nuevamente en marcha. Antes de partir Belgrano se tomó unos minutos para escribirle a su amigo Francisco Ortiz de Ocampo, que en ese momento era el Gobernador de la región de Charcas. El General sabía que para ese momento la noticia de la derrota se debía estar difundiendo por todos lados, mucho más rápido de lo que avanzaba su columna de soldados. A pesar de que el futuro parecía incierto y oscuro, consideró con acierto que era justamente en esos momentos donde más había esforzarse en infundir serenidad y valor. Había que evitar que la gente pensara que el revés sufrido en Vilcapugio era un nuevo desastre militar y político como lo había sido “Huaqui” en 1811. Sus palabras fueron muy breves esta vez. El General derrotado era extremadamente estoico en su escrito. En sus palabras no dejaba de recordar los sueños compartidos de libertad e independencia, y también que los verdaderos hijos de la Patria se sacrifican sin esperar otra satisfacción a cambio que la de ver cumplido su deber. Ocampo publicó en forma de bando un fragmento de la carta, para que todo el pueblo de Charcas supiera y tuviera la tranquilidad de que la situación no era tan grave como parecía o se comentaba. Esas hojas amarillentas impresas con la urgencia de los tiempos que corrían, fueron transportadas más tarde por jinetes y gauchos a casi todos los pueblos del sur del altiplano. Con ellas la gente creyó posible todavía lograr materializar los sueños de libertad e igualdad de Mayo. De entre las cenizas de los campos humeantes de Vilcapugio se levantaba, como el ave Fénix, una nueva esperanza, y con ella crecía en medio de la gente la determinación inamovible de aguantar hasta el final.

Fortaleza, ánimo, constancia y esfuerzos (no de los comunes) son los que necesita la Patria. Ella será libre e independiente si no nos amilanamos. Si en ese pueblo hay cobardes, que vengan aquí a ver los héroes que sostendrán con honor y gloria la seguridad de las provincias. Que sepan que no hemos de abandonar el puesto, sino cuando sea imposible sostenerlo. Aún hay sol en las bardas y hay un Dios que protege nuestra causa mediante la intervención de nuestra Generala. Que en lugar de temer, rueguen, pidan, y trabajen, como hacemos los verdaderos hijos de la Patria y nos sacrificamos por ella sin interés”.

[Publicado en "El Corredor Mediterráneo" (Río Tercero-Diario Tribuna) el día Miércoles 19/02/2014.]

Autor: Rodolfo M. Lemos González

Comentarios

MIRTA BONO
Viernes 18 de Julio de 2014

MUY INTERESANTE COMO CIERTO TODO LO EXPRESADO. ES QUE ANTES GENTE COMO BELGRANO DABAN LO SUYO PARA LA PATRIA . AHORA TOMAN LO DE LA PATRIA PARA BENEFICIO PROPIO, LEJOS DE DAR......

Respuesta enivada el Viernes 18 de Julio de 2014

Muchas gracias por tu comentario.

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