NOTA DE OPINIÓN Lunes 4 de Agosto de 2014

SUEÑOS DE GRANDEZA

0_saint_george_raphael.jpg "SAN JORGE Y EL DRAGÓN" de Rafael Sanzio (1483-1520)

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“Alimentad el espíritu con grandes pensamientos. La fe en el heroísmo hace a los héroes” Benjamín Disraelí (1804-1881)

¿Existe acaso mayor enemigo para el desarrollo colectivo que la mediocridad?

Al menos hasta la fecha, no hemos descubierto una enfermedad social más dañina y de efectos más devastadores. Los impulsos mediocres son como gases venenosos que asfixian al corazón noble.

Son  lazos tenebrosos que nos arrastran lejos de nuestros destinos elevados, atrapándonos en el barro del mundo, impidiéndonos poder aspirar a la gloria que conocieron los héroes de nuestro pasado. En su máxima expresión el hombre mediocre que se esfuerza por serlo aún más cada día deviene en una monstruosidad que recibe el nombre de vulgar.

El hombre mediocre que alcanza el estatus de vulgar es aquel que ha llevado la bajeza más lejos que cualquier otro, dejando de ser ésta una errática accidental, para pasar a ser una forma de vida con una filosofía propia en la que se funda su continua decadencia. Su rasgo más significativo, del cual ya nos advertía el gran José Ingenieros, es la descarada ostentación que realiza a diario el vulgar de su insana condición. Nada es más peligroso para un pueblo que sueña con ser grande que la presencia de un agente vulgar entre sus filas.

Así como el derrotista conspira contra sus camaradas en la batalla esparciendo el desánimo general, el hombre vulgar intenta contagiar su chatura hacia todo aquel que se cruza en su camino. Su principal argumento defensivo es una construcción mental en la que todos los hombres son presas débiles de sus instintos más nefastos. Para el hombre vulgar, la mediocridad lejos de ser un mal indeseado, es liberadora. Para el agente vulgarizante la mediocridad no encierra el noble pensar (al cual detesta), por el contrario expresa y hace realidad el verdadero rostro pérfido del ser humano. El vulgar además de sus actos de bajeza necesita sentirse acompañado, y a los que pertenecemos al bando de la nobleza y la rectitud, nos ataca con ímpetu voraz. A sus ojos trastornados, el hombre recto debe ser un hipócrita, que no sólo se rehúsa a vivir “plenamente” su mediocridad latente, sino que “se cree” capaz de alcanzar ese estado superior, marcado por la grandeza y la gloria.

Esta discusión histórica responde en realidad a un drama existencial anterior incluso al primer hombre que puso su pie sobre esta tierra miles de años atrás.

Ya en el libro del Génesis tenemos una breve introducción a esta batalla entre dos concepciones distintas de la humanidad. La versión que vislumbra al hombre como un ser distinto a toda la creación, poseedor de un espíritu que es capaz de preguntar y buscar respuestas, con un corazón que siente un profundo dolor cuando se encuentra que el mundo no coincide con una visión previa que tuvimos de la perfección en estado puro. La otra cara nos asocia irreversiblemente a los animales, a las bacterias, y a los insectos, que se limitan en la gran mayoría de los casos a transitar por este espacio temporal comiendo, reproduciéndose, y muriendo. Pero el hombre está pensado desde su concepción para habitar en  otras esferas. Somos seres iluminados, tocados por la mano creadora del Padre, tallados a su imagen y semejanza, herederos del Paraíso. Habitamos desde la Caída del Primero, un mundo estéril que no es el nuestro. Desde muy temprana edad nuestra consciencia haya por doquier contrastes entre una idea de luz y perfección que traemos a cuestas, y la realidad que aparece ante nuestros ojos. Ya los primeros hombres, a pesar de todas sus limitaciones, demostraron intentos por cambiar la realidad, domesticarla, hacerla mejor.

Muy en el fondo de nuestro ser, todos podremos encontrar una voz ancestral que nos llama a no abandonar este mundo sin antes haber tratado de introducirle alguna mejora que le permita al siguiente espécimen disfrutar de un mundo mejor del que nos tocó recibir a nosotros. Definitivamente la raza humana está llamada a otro lugar, muy distinto del que ocupa hoy en día. Y lo que a aplica a todos los seres humanos, se aplica con igual fuerza a los que habitan este suelo bautizado con el nombre simbólico de ARGENTINA.

Ante el más rudimentario de los estudios sociológicos salta a la luz una verdad innegable: el argentino 'post moderno' deambula perdido, desorientado, y vive una vida sesgada por la mediocridad, corriendo el grave peligro de que su existencia se transforme en vulgar.

Hemos olvidado esa razón fundacional, aquello por lo que lucharon incansablemente nuestros antepasados, la luz que guió la fundación misma de nuestra Nación: la grandeza… ¿Qué es la grandeza? Nada menos que el fin último por el cual estamos todos aquí, caminando, respirando… Nuestro lenguaje castellano no termina de abarcar con su infinidad de vocablos la dimensión de esta palabra que en pocas letras resume esa búsqueda, esa batalla diaria por ser mejor de lo que éramos, por llegar algún día a sentir cerca de nosotros esa Gloria prometida por los profetas de antaño.

 Nuestro ser, cuando se conjuga con pensamientos nobles, alimentados por la vida recta, purificados a través de una existencia estoica, comienza a sentir un llamado recurrente para ser algo más de lo que somos en el ahora. La Historia de los Hombres está llena de personas que en algún punto de su caminar sintieron esa vocación, que no es otra cosa que la urgencia existencial de honrar el verdadero origen espiritual de todos los seres que habitan este globo terráqueo. Aquellos que han logrado elevarse por encima de sus propias limitaciones, han podido al menos brevemente, saborear el un placer único al que no se puede acceder sin un enorme sacrificio: la sensación de estar acariciando anticipadamente la plenitud que sentiremos todos cuando vayamos a habitar nuevamente nuestro verdadero hogar, la casa del Padre.

No nos confundamos, estamos transitoriamente en estas regiones, y sólo tenemos una posesión que nos es propia y nadie podrá robarnos: nuestro tiempo. Corto o largo, ese es el único elemento que se nos es concedido gratuitamente y de forma plena. Todo lo que deberemos decidir en esta vida es a qué acciones dedicaremos tan preciado material.

El vulgar ha tomado ya una decisión: dedicará hasta el último minuto de su paso terrenal para idolatrar la mediocridad hasta que su auto destrucción sea completa. Como argentinos, si realmente queremos construir un futuro donde este suelo sea más habitable, más próspero, y más noble, deberemos tomar rápidamente una determinación sobre este asunto. ¿Hasta cuándo permaneceremos presos de una existencia somnolienta olvidada de Dios, entregada cada tanto a participar más o menos activamente de la orgía de vulgaridad que se desata alrededor nuestro? ¿Ese es el desalentador panorama que les regalaremos a nuestros hijos y nietos?

Qué peligro y qué lástima cuando un pueblo con dolosa indiferencia deja prosperar en torno suyo a un execrable séquito de vulgares que aspira o incluso logra a veces hacerse con el poder. Para compensar sus acciones se necesita algo más que soñadores y bien pensantes. El buen ciudadano con su vida estoica no termina de revertir todo el daño que le causan a diario este ejército de liliputienses morales a su Patria. Necesita de algo más poderoso: los HÉROES. Por definición el Héroe es aquel que decide no sólo vivir su vida con meras aspiraciones de grandeza, sino que aboca todas sus horas a la construcción de grandes acciones. Practica las virtudes con un fuego que termina por contagiar a quienes le conocen. El héroe consumado, para los católicos, recibe el nombre técnico de SANTO. Y aunque no todos podremos llegar a transformarnos y reinventarnos totalmente en paladines de la grandeza, si podemos vivir nuestra vida con más heroicidad. No todos podrán ser campeones o gigantes que hagan dudar incluso de su propia humanidad, acercándolos más a una dimensión de naturaleza angelical. Pero si podemos, y en vista al crecimiento desmedido que han tenido los niveles argentinos de mediocridad en las últimas décadas, casi que me atreve a decir que DEBEMOS comenzar a transitar por nuestros días con más hambre de grandeza, en una carrera contra reloj para desarrollar un espíritu tan noble que roce el heroísmo.

Para aquellos seres solitarios a los que su egoísmo o falta de compromiso social no les permite contagiarse del deseo de legar un país mejor a las generaciones siguientes, los insto a que al menos por el HONOR (esa consciencia social olvidada) y por el ORGULLO PROPIO no se presten para ser manoseados por esa vil boa constrictor ambulante que es la mediocridad argentina.

Debemos concientizarnos a nosotros mismos y al resto de la sociedad del peligro de extinción moral al que nos estamos arrimando con una velocidad kamikaze. Tenemos cerca de nosotros, en nuestro propio continente, las tristes advertencias que nos ofrecen naciones consumidas en la vulgaridad, que se arrastran lastimosas dando un vergonzoso espectáculo. No podemos caer tan bajo, debemos detener esta fiesta fúnebre, y dar marcha atrás sin demora. No alcanza ya con la mera abstención, debemos recuperar la iniciativa, pasar al combate. ¿Cómo luchar? Con el ejemplo de vidas heroicas. ¿Cuáles serán nuestras armas? La voluntad y la oración.

Cada día, cada ciudadano, al despertarse con la luz de un nuevo amanecer, puede abrazar esta consigna que con seguridad cambiará su propia existencia, y ayudará a ir rescatando de la deriva a este barco argentino que zozobra bajo la conducción de una corte payasesca marcada por el signo de la autodestrucción.

Los invito a ponerse de pie, a mirar la realidad a los ojos, a asumir el sacrificio diario que implica hacer las cosas bien, a soportar temporalmente la burla de los vulgares que saldrán rápidamente a cerrarnos el paso. El objetivo que perseguimos es demasiado noble para titubear ante el esfuerzo. El destino que nos espera si nos quedamos quietos es tan sombrío que amerita cualquier sacrificio, y niveles asombrosos de heroicidad.

La Argentina aún no ha podido ser destruida, su alma noble en el fondo continúa dando batalla. El Padre aún no nos ha soltado la mano, y su brazo continúa sosteniéndonos a pesar de que durante mucho tiempo hemos dado muestras claras de que nos es indiferente el daño que pudiera ocasionar la caída definitiva.

Asumamos nuestra responsabilidad para con todos aquellos argentinos que aún no han nacido, y para con aquellos que siendo aún muy chicos para comprender estas cosas, serán los que en un futuro no muy lejano padezcan o disfruten de aquello que hayamos hecho o dejamos de hacer. Honremos nuestros héroes y fundadores del pasado con vidas y existencias dedicadas a un ideal superior, abandonos a la búsqueda de lo que es Grande y Noble. ¡La Gloria nos aguarda, y la Fortuna le sonríe a los valientes! ¿Existe acaso mayor enemigo para el desarrollo colectivo que la mediocridad?

Al menos hasta la fecha, no hemos descubierto una enfermedad social más dañina y de efectos más devastadores. Los impulsos mediocres son como gases venenosos que asfixian al corazón noble. Son  lazos tenebrosos que nos arrastran lejos de nuestros destinos elevados, atrapándonos en el barro del mundo, impidiéndonos poder aspirar a la gloria que conocieron los héroes de nuestro pasado. En su máxima expresión el hombre mediocre que se esfuerza por serlo aún más cada día deviene en una monstruosidad que recibe el nombre de vulgar. El hombre mediocre que alcanza el estatus de vulgar es aquel que ha llevado la bajeza más lejos que cualquier otro, dejando de ser ésta una errática accidental, para pasar a ser una forma de vida con una filosofía propia en la que se funda su continua decadencia. Su rasgo más significativo, del cual ya nos advertía el gran José Ingenieros, es la descarada ostentación que realiza a diario el vulgar de su insana condición. Nada es más peligroso para un pueblo que sueña con ser grande que la presencia de un agente vulgar entre sus filas. Así como el derrotista conspira contra sus camaradas en la batalla esparciendo el desánimo general, el hombre vulgar intenta contagiar su chatura hacia todo aquel que se cruza en su camino. Su principal argumento defensivo es una construcción mental en la que todos los hombres son presas débiles de sus instintos más nefastos. Para el hombre vulgar, la mediocridad lejos de ser un mal indeseado, es liberadora. Para el agente vulgarizante la mediocridad no encierra el noble pensar (al cual detesta), por el contrario expresa y hace realidad el verdadero rostro pérfido del ser humano. El vulgar además de sus actos de bajeza necesita sentirse acompañado, y a los que pertenecemos al bando de la nobleza y la rectitud, nos ataca con ímpetu voraz. A sus ojos trastornados, el hombre recto debe ser un hipócrita, que no sólo se rehúsa a vivir “plenamente” su mediocridad latente, sino que “se cree” capaz de alcanzar ese estado superior, marcado por la grandeza y la gloria.

Esta discusión histórica responde en realidad a un drama existencial anterior incluso al primer hombre que puso su pie sobre esta tierra miles de años atrás. Ya en el libro del Génesis tenemos una breve introducción a esta batalla entre dos concepciones distintas de la humanidad. La versión que vislumbra al hombre como un ser distinto a toda la creación, poseedor de un espíritu que es capaz de preguntar y buscar respuestas, con un corazón que siente un profundo dolor cuando se encuentra que el mundo no coincide con una visión previa que tuvimos de la perfección en estado puro. La otra cara nos asocia irreversiblemente a los animales, a las bacterias, y a los insectos, que se limitan en la gran mayoría de los casos a transitar por este espacio temporal comiendo, reproduciéndose, y muriendo. Pero el hombre está pensado desde su concepción para habitar en  otras esferas. Somos seres iluminados, tocados por la mano creadora del Padre, tallados a su imagen y semejanza, herederos del Paraíso. Habitamos desde la Caída del Primero, un mundo estéril que no es el nuestro. Desde muy temprana edad nuestra consciencia haya por doquier contrastes entre una idea de luz y perfección que traemos a cuestas, y la realidad que aparece ante nuestros ojos. Ya los primeros hombres, a pesar de todas sus limitaciones, demostraron intentos por cambiar la realidad, domesticarla, hacerla mejor. Muy en el fondo de nuestro ser, todos podremos encontrar una voz ancestral que nos llama a no abandonar este mundo sin antes haber tratado de introducirle alguna mejora que le permita al siguiente espécimen disfrutar de un mundo mejor del que nos tocó recibir a nosotros. Definitivamente la raza humana está llamada a otro lugar, muy distinto del que ocupa hoy en día. Y lo que a aplica a todos los seres humanos, se aplica con igual fuerza a los que habitan este suelo bautizado con el nombre simbólico de ARGENTINA.

Ante el más rudimentario de los estudios sociológicos salta a la luz una verdad innegable: el argentino post moderno deambula perdido, desorientado, y vive una vida sesgada por la mediocridad, corriendo el grave peligro de que su existencia se transforme en vulgar. Hemos olvidado esa razón fundacional, aquello por lo que lucharon incansablemente nuestros antepasados, la luz que guió la fundación misma de nuestra Nación: la grandeza… ¿Qué es la grandeza? Nada menos que el fin último por el cual estamos todos aquí, caminando, respirando… Nuestro lenguaje castellano no termina de abarcar con su infinidad de vocablos la dimensión de esta palabra que en pocas letras resume esa búsqueda, esa batalla diaria por ser mejor de lo que éramos, por llegar algún día a sentir cerca de nosotros esa Gloria prometida por los profetas de antaño.

 Nuestro ser, cuando se conjuga con pensamientos nobles, alimentados por la vida recta, purificados a través de una existencia estoica, comienza a sentir un llamado recurrente para ser algo más de lo que somos en el ahora. La Historia de los Hombres está llena de personas que en algún punto de su caminar sintieron esa vocación, que no es otra cosa que la urgencia existencial de honrar el verdadero origen espiritual de todos los seres que habitan este globo terráqueo. Aquellos que han logrado elevarse por encima de sus propias limitaciones, han podido al menos brevemente, saborear el un placer único al que no se puede acceder sin un enorme sacrificio: la sensación de estar acariciando anticipadamente la plenitud que sentiremos todos cuando vayamos a habitar nuevamente nuestro verdadero hogar, la casa del Padre.

No nos confundamos, estamos transitoriamente en estas regiones, y sólo tenemos una posesión que nos es propia y nadie podrá robarnos: nuestro tiempo. Corto o largo, ese es el único elemento que se nos es concedido gratuitamente y de forma plena. Todo lo que deberemos decidir en esta vida es a qué acciones dedicaremos tan preciado material. El vulgar ha tomado ya una decisión: dedicará hasta el último minuto de su paso terrenal para idolatrar la mediocridad hasta que su auto destrucción sea completa. Como argentinos, si realmente queremos construir un futuro donde este suelo sea más habitable, más próspero, y más noble, deberemos tomar rápidamente una determinación sobre este asunto. ¿Hasta cuándo permaneceremos presos de una existencia somnolienta olvidada de Dios, entregada cada tanto a participar más o menos activamente de la orgía de vulgaridad que se desata alrededor nuestro? ¿Ese es el desalentador panorama que les regalaremos a nuestros hijos y nietos?

Qué peligro y qué lástima cuando un pueblo con dolosa indiferencia deja prosperar en torno suyo a un execrable séquito de vulgares que aspira o incluso logra a veces hacerse con el poder. Para compensar sus acciones se necesita algo más que soñadores y bien pensantes. El buen ciudadano con su vida estoica no termina de revertir todo el daño que le causan a diario este ejército de liliputienses morales a su Patria. Necesita de algo más poderoso: los HÉROES. Por definición el Héroe es aquel que decide no sólo vivir su vida con meras aspiraciones de grandeza, sino que aboca todas sus horas a la construcción de grandes acciones. Practica las virtudes con un fuego que termina por contagiar a quienes le conocen. El héroe consumado, para los católicos, recibe el nombre técnico de SANTO. Y aunque no todos podremos llegar a transformarnos y reinventarnos totalmente en paladines de la grandeza, si podemos vivir nuestra vida con más heroicidad. No todos podrán ser campeones o gigantes que hagan dudar incluso de su propia humanidad, acercándolos más a una dimensión de naturaleza angelical. Pero si podemos, y en vista al crecimiento desmedido que han tenido los niveles argentinos de mediocridad en las últimas décadas, casi que me atreve a decir que DEBEMOS comenzar a transitar por nuestros días con más hambre de grandeza, en una carrera contra reloj para desarrollar un espíritu tan noble que roce el heroísmo.

Para aquellos seres solitarios a los que su egoísmo o falta de compromiso social no les permite contagiarse del deseo de legar un país mejor a las generaciones siguientes, los insto a que al menos por el HONOR (esa consciencia social olvidada) y por el ORGULLO PROPIO no se presten para ser manoseados por esa vil boa constrictor ambulante que es la mediocridad argentina.

Debemos concientizarnos a nosotros mismos y al resto de la sociedad del peligro de extinción moral al que nos estamos arrimando con una velocidad kamikaze. Tenemos cerca de nosotros, en nuestro propio continente, las tristes advertencias que nos ofrecen naciones consumidas en la vulgaridad, que se arrastran lastimosas dando un vergonzoso espectáculo. No podemos caer tan bajo, debemos detener esta fiesta fúnebre, y dar marcha atrás sin demora. No alcanza ya con la mera abstención, debemos recuperar la iniciativa, pasar al combate. ¿Cómo luchar? Con el ejemplo de vidas heroicas. ¿Cuáles serán nuestras armas? La voluntad y la oración.

Cada día, cada ciudadano, al despertarse con la luz de un nuevo amanecer, puede abrazar esta consigna que con seguridad cambiará su propia existencia, y ayudará a ir rescatando de la deriva a este barco argentino que zozobra bajo la conducción de una corte payasesca marcada por el signo de la autodestrucción.

Los invito a ponerse de pie, a mirar la realidad a los ojos, a asumir el sacrificio diario que implica hacer las cosas bien, a soportar temporalmente la burla de los vulgares que saldrán rápidamente a cerrarnos el paso. El objetivo que perseguimos es demasiado noble para titubear ante el esfuerzo. El destino que nos espera si nos quedamos quietos es tan sombrío que amerita cualquier sacrificio, y niveles asombrosos de heroicidad.

La Argentina aún no ha podido ser destruida, su alma noble en el fondo continúa dando batalla. El Padre aún no nos ha soltado la mano, y su brazo continúa sosteniéndonos a pesar de que durante mucho tiempo hemos dado muestras claras de que nos es indiferente el daño que pudiera ocasionar la caída definitiva.

Asumamos nuestra responsabilidad para con todos aquellos argentinos que aún no han nacido, y para con aquellos que siendo aún muy chicos para comprender estas cosas, serán los que en un futuro no muy lejano padezcan o disfruten de aquello que hayamos hecho o dejamos de hacer. Honremos nuestros héroes y fundadores del pasado con vidas y existencias dedicadas a un ideal superior, abandonémonos a la búsqueda de lo que es Grande y Noble. ¡La Gloria nos aguarda, y la Fortuna le sonríe a los valientes! 

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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