NOTA DE OPINIÓN Jueves 31 de Julio de 2014

LOS HÉROES PERDIDOS

0_belgrano2.jpg Belgrano (dibujo de Théodore Géricault, 1791-1824)

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“En el Pasado está la Historia del Futuro” Juan Donoso Cortés (1809-1853) Una nación sin recuerdos, sin historia, no es otra cosa que una sociedad que juega peligrosamente sobre el borde de una cornisa poniendo en cuestión nada menos que su estatus de país independiente y soberano.

Perseverar en esta amnesia colectiva, voluntaria, y en cierta manera culpable,  nos coloca no sólo en el centro del ridículo internacional, sino que cuestiona las bases de cualquier plan a largo plazo para nuestro país.

Los  recuerdos hacen a nuestra identidad como personas, nos identifican, nos diferencian de los demás, nos marcan un sendero, nos posicionan ante el presente, y permiten aspirar a edificar un futuro mejor. A nivel colectivo sucede exactamente lo mismo a otra escala. Pretender establecer  con certeza dónde estamos, si ignoramos de dónde venimos, es casi una tarea perdida. Y si no podemos tener cierta seguridad acerca de nuestro paradero actual, las posibilidades de poder planificar nuestro futuro se anulan casi por completo.

Alguien podrá cuestionar que acaso no hemos olvidado todo. Cierto, pero incluso lo poco que recordamos se desenvuelve en una nebulosa confusa, donde lo cierto se fusiona con lo inexistente, donde la verdad histórica se funde con el mito. Y a través de esa penumbra histórica puede penetrar sin dificultades la manipulación política de nuestro pasado. Una situación sumamente peligrosa que hemos padecido en no pocas oportunidades como argentinos.

Este tipo de distorsión funciona como una célula cancerígena que devora nuestro pasado real para mutarlo, y luego mostrarnos una historia alterada que en nuestra ignorancia aceptamos como verdadera. De esta manera repetimos y creemos en una versión manoseada, falsificada, reinventada…

Esta mutación de la psiquis colectiva atenta contra nuestro ADN nacional, tergiversando nuestra verdadera naturaleza, moldeando a designio nuestros sueños nacionales, y achicando las expectativas que podamos tener para con nuestra Patria. Si alguien tiene alguna duda sobre la existencia de esta suerte de virus histórico, basta con hacerse esta sencilla pregunta: ¿A dónde quedaron los verdaderos Héroes de la Argentinidad? La noche de los tiempos los envolvió en sus penumbras. Hoy sus nombres no son más que  sombras que deambulan erráticas  por las páginas de la Historia Oficial. Al presente sólo han llegado en formas de caricaturas borrosas y simplificadas.

Consciente o inconscientemente hemos dejamos a la orilla del camino relatos de cuya sabiduría y fuerza se alimentaron en la niñez a las grandes personalidades argentinas del ayer. Esos relatos, a través de los cuales podíamos conocer las vidas enteras de próceres argentinos, han sido dejados de lado. A esos héroes patrios los hemos remplazado con falsos ídolos a los que rendimos una mundana idolatría. Los verdaderos héroes de la argentinidad plena, que regaron estas tierras que hoy transitamos con su sangre, su sudor, y sus lágrimas, yacen hoy olvidados en medio del polvo de los archivos. En nuestra arrogancia, creímos que no necesitábamos de ellos para ser más grandes. Craso error. Difícilmente podamos volvernos a poner de pié y ocupar el lugar al que estamos destinados en medio de las naciones del mundo sin volver la mirada a esas primeras horas de sacrificio, donde cientos de miles de vidas se fundieron para ser la luz de las generaciones siguientes.

Lo que ocurre es que a veces el pasado puede doler. Recordar un ayer que fue más grande, más digno, e incluso más noble  que el hoy en que nos movemos, cuanto menos, nos interpela. Vislumbrar sólo unas horas de aquellas existencias remotas empapadas en patriotismo, donde la heroicidad se hacía carne, y la entrega por los demás pasaba a ser una forma de vivir, nos arrojan a un cuestionamiento grave acerca de cómo vivimos hoy nuestra cotidiana argentinidad.

Si realmente tenemos el deseo sincero de mejorar nuestro presente, de volver a soñar en grande, de poder reconstruir aquella Patria noble, de restaurar la República Perdida, deberemos ante todo escapar de las estructuras de pensamiento que nos encadenan a una existencia estéril, mediocre, y vulgar. Y el primer paso será recuperar la memoria, rescatar y hacer presente de nuevo las vidas de aquellos héroes perdidos de nuestra argentinidad. No podremos hacerlos vivir de nuevo, pero si podemos honrarlos a través de nuestras acciones diarias si ellas se rigen por sus mismos principios, si nuestros corazones palpitan sus mismos ideales, marchando unidos bajo la misma consigna de entonces y hoy rumbo hacia la gloria: “Sean eternos los laureles que supimos conseguir”…

 

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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