CONQUISTANDO LA FELICIDAD
Esta no es la verdadera felicidad
“Una verdad a la que no se da crédito, nos hiere mucho más que una mentira. Requiere un gran valor respaldar una verdad inaceptable para nuestra época; conlleva siempre a un castigo, que suele ser la crucifixión…” John Steinbeck (1902-19680)
Hoy el mundo ha confundido y falseado el verdadero sentido de la felicidad. Felicidad sólo puede haber una sola. Sólo una puede ser la verdadera.
Nuestro vocabulario, nuestro idioma castellano, como cualquier herramienta humana, es falible. Por lo tanto, ofrece la posibilidad de manipularlo, y de esa manera convertir lo que antes fueron significados concretos en lo que hoy algunos consideran equivocadamente como “significantes vacíos”… Según algunos autores modernos hay palabras que nos pueden remitir a diversos conceptos, o puede "llenarse" su contenido con más de una visión acerca de nuestra realidad.
La post-modernidad ha decidido abrazar cuanto sofisma le permita apartarse del recto sendero de la virtud. Leemos con avidez adolescente a cualquier autor que nos ofrezca la chance, siempre inexistente, de vivir una vida plena sin sacrificarnos, disfrutando lo más posible, y olvidándonos de nuestros deberes.
Los habitantes del tiempo presente, ensoberbecidos por el progreso de la ciencia y la tecnología, se aferran con infantil tozudez a la idea de que los valores cristianos o el mismo Cristo ya no son necesarios para alcanzar la felicidad… Las distintas revoluciones que la sociedad atravesó en los últimos trescientos años, la llegada de nuevas formas de producción, un cambio radical en los roles de todos los habitantes de la sociedad moderna, han sido como un terremoto que en muchos casos arregló cosas que antes estaban mal entendidas. Pero como contrapartida, esa misma idea de “progreso” que tanto nos ha servido en otros campos, ha parido diversas escuelas filosóficas que en realidad esconden distintas expresiones de la conocida y oscura cultura de la auto-destrucción. Cultura tenebrista tan antigua como el hombre, que lejos de buscar su plenitud, busca su propia destrucción.
¿Cómo explicar si no es a través de estos lentes las nuevas enfermedades que ahora se extienden como una pandemia colectiva? Muchos de nuestros vecinos de esta realidad globalizada son presas de horripilantes adicciones, viven atormentados por depresiones incurables, y en muchos casos caminan por derroteros sin sentido que los llevan inflexiblemente a su muerte espiritual, y algunos incluso a su extinción física.
En esta suerte amnesia colectiva en la que alegremente nos hemos sumergido, hemos olvidado que las grandes Verdades, de una naturaleza extra-terrenal, no son compatibles con ideas mundanas como hegemonía del relato, usos del lenguaje, o diversidad de opinión.
No hay muchas formas posibles de describir las cosas básicas de las que estuvo, está, y estará constituida la vida de un ser humano. Palabras como DEBER, COMPROMISO, ENTREGA, ABNEGACIÓN, RESPONSABILIDAD, DISCIPLINA, HONOR, SACRIFICIO; por su carácter representativo de LOS valores fundamentales no pueden coquetear con este manoseo contemporáneo que se hace del lenguaje en general.
Un caso de pizarrón es el de la palabra FELICIDAD, que durante siglos enteros para el cristiano no significó otra cosa que la plenitud, la cercanía al Creador, la paz espiritual, el perfume de Santidad, que sólo puede obtenerse a través de un camino concreto: el cumplimiento de nuestro deber.
Sólo la constancia abnegada en pos de nuestras tareas diarias, puede permitirnos transitar el camino hacia la conquista de la felicidad. Desde luego, nuestra naturaleza celestial ha sido duramente afectada por la Caída, y desde entonces nuestro caminar por la recta senda del deber en esta peregrinación sobre la realidad terrenal se nos puede hacer tan lastimosamente pesada. Nuestro ser se rebela continuamente. Nuestra carne no quiere saber nada acerca de ese dolor que le imprime el cansancio de largas horas de trabajo. El descanso siempre tiene ese sabor a poco. Nuestro espíritu, si no se lo contiene con férrea disciplina en la virtud, pronto se hallará a merced de los vientos cambiantes de los sentimientos y los deseos. También el corazón debe ser guiado como el corcel hacia lo que es noble y puro. Así, sólo a través del amor que se condensa en ese abrazo firme y valiente a nuestra CRUZ podremos acercarnos a la verdadera felicidad.
Mal entendida, la felicidad pagana nos arroja a una terrible falacia donde se vislumbra como posible alcanzar esa plenitud, reservada únicamente para la práctica heroica de la virtud, a través de la compulsiva adquisición de bienes materiales, en muchos casos inútiles y accesorios.
Si la felicidad verdadera tuviera alguna remota relación con las ideas que pregona insaciable el consumismo actual, hace mucho tiempo que no habría nadie que viviese trastornado por la tristeza, y las estadísticas no mostrarían que la depresión está a pocos puntos de ganarle la carrera de la mortalidad al tabaquismo como principal causa de decesos evitables…
Si la verdadera felicidad tuviese algo que ver con el presente hedonismo, que nos impulsa a tener el dinero suficiente para poder comprar la mayor cantidad de placeres terrenales posibles, y distanciar cualquier fuente de dolor o sufrimiento (siendo considerada el trabajo como la peor de todas), casi nadie podría considerarse infeliz… Y la realidad nos muestra todo lo contrario. La acumulación de divisas hasta ahora no le ha servido a ningún deprimido como remedio eficaz. La ausencia de trabajo o de cualquier posible fuente de esfuerzo o dolor no han hecho más que agravar los síntomas de una infelicidad latente.
Los “juguetes tecnológicos”, el lujo innecesario, las horas largas de descanso, una existencia cómoda, el placer, o abultadas cuentas bancarias no podrán jamás ofrecernos ni siquiera un mero espejismo de felicidad. Sólo deténganse un minuto a observar la vida de cualquiera de las personas que pregonan estos nuevos caminos hacia la “felicidad”, o ante las desdichadas existencias de quienes ingenuamente escucharon esos consejos… Fíjense cómo han sido sus finales… Muy difícilmente alguien sensato podría aspirar a terminar sus días de esa manera...
No nos engañemos. Sólo hay una forma de alcanzar la Felicidad: construyendo vidas cristificadas… Vidas donde el DEBER ocupa el primer peldaño, porque es allí, en nuestras tareas de todos los días, donde encontraremos nuestras cruces, nuestros montes calvarios, nuestras sendas para caminar detrás del Maestro. Sólo entonces, en el crisol de los dolores y los sacrificios, se templaran nuestras almas. Sólo allí, en la verdadera entrega desinteresada, conquistaremos la plenitud cristiana. Sólo en esa plenitud podremos llegar alguna vez a tener privilegio de gozar, como una suerte de anticipo, en nuestros días terrenales del perfume de la Gloria que nos espera en la Ciudad Celestial.
No habrá nunca Grandeza sin Disciplina.
No existirá jamás Nobleza sin Sacrificio.
No hay Gloria sin Cruz.