Difusión Miércoles 23 de Octubre de 2013

Tres aclaraciones sobre el Padre Grassi

0_padregrassi.jpg Padre Grassi

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Corporaciones e intereses que se mueven en su contra, tremendas estructuras que se posicionan contra él, pueden caer si se declara la inocencia del sacerdote

Humanamente considerada, la Pasión de Cristo es el fracaso más grande. Sus enemigos terminan haciendo todo lo que quisieron, el pueblo al final se da vuelta y grita “crucifícalo” y sus amigos, los apóstoles y discípulos, lo abandonan.

No es que el padre Julio Cesar Grassi está mucho mejor. Tiene incontrastablemente la razón de su parte, y no porque él sea el que tenga que revalidar sus propios argumentos, sino porque una investigación que encargó la Conferencia Episcopal Argentina cuando era presidida por quien ahora es el Romano Pontífice arrojó como resultado su más completa inocencia. No obstante está preso.

¿Qué ha pasado? Corporaciones e intereses que se mueven en su contra, tremendas estructuras que se posicionan contra él, pueden caer si se declara la inocencia del sacerdote, y muchos quieren disponer de los estratégicos terrenos de la Fundación “Felices los niños”. Sentimientos anticatólicos encuentran aquí su punto de efervescencia. Y allí vemos a ese pequeño David delante de tantos Goliat bien armados.

La excusa para ponerlo preso, desestimada públicamente por el Obispado de Morón, de su posible fuga es ridícula al extremo. El padre Julio César Grassi tiene probada suficientemente su inocencia como para tirar todo abajo con una fuga que sería el más completo e incondicional reconocimiento de culpa; decir que se había fugado antes es falaz.

No había nunca sido fehacientemente notificado en sus previas detenciones, por lo que había utilizado las coberturas legales en su favor para organizar su defensa y aprestos prácticos personales. Caso contrario sus enemigos no le habrían perdonado este delito, como nada le perdonaron, como tampoco necesita en nada ser perdonado. Una primera aclaración.

Ahora una segunda. El padre Grassi celebra la Misa. Prohibir esta facultad sería declararlo culpable. La Iglesia, en un acto prudencial de respeto al Poder Judicial y para no interferir en sus actuaciones, le restringe únicamente el desempeño público de su ministerio. El peor escenario ante una eventual condena definitiva es que tras una investigación canónica la Iglesia le prohíba la Misa declarándolo culpable o le permita decir misa, el acto más sublime del mundo, descalificando así la justicia. Todo puede pasar.

Una tercera aclaración. Nadie dice lo más evidente, que hubo quince acusaciones falsas que han caído y que de las dos restantes que quedan en pie y que son objeto de controversia resultan de una coartada donde se lo juzga por un acto cometido en un determinado día y se lo condena por un acto cometido en otro día.

Esta evidente falacia en manos de tribunales internacionales y de la Iglesia sería un gran desprestigio para la Justicia argentina. El linchamiento mediático de este sacerdote fue proverbial. En estos momentos el mundo se duele de los cientos de miles de cristianos desplazados en Medio Oriente y de los atentados en Afganistán y Kenia, pero nadie se compadece de la perplejidad de millones de buenos católicos de la Argentina que tienen que soportar el escarnio por su condición de serlo. De ellos y del padre Grassi nadie se compadece.

Fuente: Semanario Cristo Hoy

Nuestra Opinión

Reproducimos una nota de Lucía Portal a modo de comentario, por que sabemos que se encuentra ampliamente informada sobre los entretelones de la causa:

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No existe una sola prueba que acredite que el sacerdote Julio César Grassi abusó de un menor. Ni una, ni media prueba.

La justicia depravada de nuestro país condena a quince años de prisión a una persona basándose ÚNICAMENTE en los dichos del denunciante, la supuesta víctima. No hay nada más. No hay testigos, no hay pruebas físicas, médicas, la pericia psicológica indica que no hay indicios de abuso sexual en el denunciante.

Nada.

La sentencia de la Sala II del Tribunal de Casación de la Provincia de Buenos Aires es una letanía de carencias, 260 páginas de desierto, de desmerecer la prueba que los abogados del sacerdote presentaron para demostrar que no estuvo donde el ex-menor dice que estuvo: que no estuvo ni el día anterior ni el siguiente, por las dudas, que no estuvo todo el fin de semana.

NO ES EL ACUSADO EL QUE DEBE PROBAR SU INOCENCIA, SON LA FISCALÍA Y LA QUERELLA LAS QUE DEBEN PROBAR SU CULPABILIDAD.

No lo hacen.

Los jueces se basan en los dichos del denunciante, dicen que es creíble. La denuncia la toman como prueba.

Hace algunas décadas, Orson Welles hizo un programa de radio llamado “La guerra de los Mundos”. Era tan creíble, que los oyentes, espantados, abandonaron masivamente sus hogares para huir de los extraterrestres que invadían el planeta.

Siempre me enseñaron en la facultad de Derecho que en nuestro país no se aplica el sistema de valoración de la prueba conocido como “libre convicción”; se aplica el de la “sana crítica”. Ya peinando canas tuve que aprender lo contrario.

Me han enseñado tres jueces de Casación que pueden condenar a una persona porque se les da la gana. Mis profesores decían en sorna respecto de este sistema “tiene cara de chorro... marche preso”.

Grassi es cura...

No debería sorprendernos, es la moda, si en el mundo se han descubierto sacerdotes pedófilos, ¿por qué la Argentina iba a ser menos? Lo que no se dice es que el porcentaje de pedofilia entre sacerdotes es menor que la media entre laicos pero eso es políticamente incorrecto. Marchamos todos derechitos al tambor de lo políticamente correcto. Marchamos presos.

Grassi ya había sido condenado por los Montoneros y la prensa; ¿quién va a ir en contra de ese fallo, la justicia pusilánime de nuestro país?

En el año 1998, Rodolfo Galimberti cursó un anónimo acusando a Grassi de pedófilo, lo revelan en su libro “Galimberti, De Perón a Susana, De Montoneros a la CIA” Marcelo Larraguy y Roberto Caballero: “...Del otro bando, un correo informal que muchos dicen fue alentado por Jorge Rodríguez y Galimberti hacía llegar a los medios un dossier firmado por "un grupo de trabajadores de la Fundación Felices los Niños". Era un pasquín que hacía recordar las acusaciones cargadas de prejuicio de las usinas de acción psicológica de la última dictadura militar. Y que, era evidente, buscaba minar la resistencia del sacerdote a pactar una tregua al margen de los tribunales. Hablaba sobre las supuestas inclinaciones sexuales de Grassi. Decía el escrito: "...otra relación del cura fue un tal Iván, que trabajó en la panadería de la Fundación... Lo que se dice, munición gruesa. Pero eso no fue todo. Grassi también denunció que un Ford Falcon merodeaba los terrenos de su obra en actitud amenazante. Y hasta dijo haber escuchado, muy cerca de él, algunos disparos nocturnos. Finalmente, el cura capituló. El 8 de febrero de 1999, firmó con Hard un acuerdo extrajudicial por el que se declaraba satisfecho con haber recibido sólo 720.000 pesos de manos de la empresa. Grassi resignó su papel de querellante en la causa convencido por su abogado...” Este libro fue publicado en el año 2001.

Luego de ello, en 2002, Miriam Lewin armó un programa con el concurso de un juez “desaparecido”, Alfredo Humberto Meade. Meade figuraba desaparecido en los listados del “Nunca Más” y contestó a esta extrañeza que no rectificaba el error porque consideraba un “honor” aparecer allí.

Miriam Lewin pudo convencer a gran parte de la sociedad que ella había sido una detenida política en la ESMA durante años aun cuando, en realidad, trabajaba para la Armada, cobraba un sueldo de PAMI, firmaba los correspondientes recibos y se retiraba todos los días a su departamento alquilado por sus padres. Todo esto surge de su propia declaración en el Juicio a las Juntas. Hasta declaró ante el Juez León Arslanián que Astiz la había obligado a ir a tomar un café con él; que le entregó su número de teléfono escrito en una servilleta de la confitería (de puño y letra) que ella guardó durante años, para entregarlo ante el Juicio a las Juntas.

La lujuria del odio igualó divergencias políticas y sociales. Los personajes más disímiles tuvieron algo que decir sobre Grassi, desde Galimberti hasta Carlotto, desde Carrió hasta “la hiena” Barrios.

La lujuria del odio puede más que la verdad, es el frenesí que anestesia todos los dolores, todas las crueldades, todas las clemencias. El furor que permite caminar embriagado, diez centímetros por encima del suelo. El odio impulsor-movilizador.

¿Quién puede contra la santidad de esa furia sacrílega? ¿Quién se le atreverá al que clama con tal indignación? Y ya el asunto no es Grassi, es la Iglesia... son los crucifijos que indignan a la Juez Argibay.

Mientras piensa cómo devolver el dinero que cobró por su “desaparición”, Su Señoría Argibay propone que se saquen los crucifijos de las salas de audiencia. Alguien me dice que es porque es atea; yo creo que es porque tiene odio en el alma. Ser ateo es no creer en Dios y si uno no cree en Dios, no le otorga a un crucifijo más relevancia que a cualquier otra pieza de arte.

El odio se ha desatado en nuestro país hace décadas: la misa profana de los que se escudan en él para asaltar el Poder, para purificar con el fuego de la ira, el Poder establecido.

El odio que mata sin pecado, destruye sin culpa, encierra inocentes, redime carceleros y les da la Paz o lo que ellos creen la paz, la absolución del Poder.

Desafío a los grandes juristas de nuestro país a que digan en qué prueba se basaron los jueces de la sala II de Casación de Provincia para condenar a Julio César Grassi, y por qué motivo lo ratificaron en la Corte Suprema Provincial.

— con Lucia Portal"

Por: Ferreyra Viramonte Luis Fernando
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