LOS GRITOS DEL SILENCIO

NOTA DE OPINIÓN Miércoles 6 de Agosto de 2014

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"Girl in the Woods" (1882) de Vincent Van Gogh (1853-1890)

“Ves cosas y dices: ¿Por qué? Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo: ¿Por qué no?". George Bernard Shaw (1854-1900)

Autor: Rodolfo M. Lemos González

A través de amarillentas páginas de libros olvidados en estanterías cubiertas por el polvo, se dejan entrever rostros cubiertos a partes iguales por la gloria y el humo de la batalla. El nacimiento de nuestra argentinidad oculta una historia dura, sangrienta, y muchas veces cruel. Pero también está marcada a fuego por el heroísmo, la entrega, y la perseverancia de unos pocos que estaban convencidos de que su lucha valía cualquier sacrificio. El nivel inaudito de visceralidad que empapa aquellos relatos contrasta con la tibieza que define nuestro presente. A través del polvo de los archivos nos llegan los ecos lejanos de sus gritos en el silencio del olvido… Sus recuerdos nos confunden, nos atormentan, nos acusan… La heroicidad de sus acciones denuncia la mediocridad que ha marcado nuestros últimos tiempos. Sus proclamas desgarraran nuestros sueños, y sus palabras perturban nuestro descanso. A doscientos años de distancia, el recuerdo de sus batallas sigue siendo emocionante, y sus sueños aún nos parecen gigantescos… Sus victorias nos dejan entrever la mano protectora de la Providencia. Sus derrotas no envuelven en un doloroso luto por los caídos y las oportunidades perdidas. En la epopeya de la argentina naciente hay una grandeza que nunca muere, un honor que no pierde su lustre, y esperanzas que todavía esperan ver materializados antiguos anhelos de libertad, igualdad, y fraternidad. Las voces de los soldados anónimos de nuestro génesis nacional, ahogadas por el esfuerzo y el sacrificio, componen una sinfonía que nos eleva a otra dimensión de la existencia humana. Desde esa altura podemos comprender qué pequeñas que son  nuestras vidas rutinarias. Un breve pero intenso recorrido por el pasado argentino nos invita a incrementar nuestros esfuerzos, a vislumbrar la vida desde la perspectiva del desafío permanente… Nos orienta el corazón hacia sueños de otra envergadura. Nos moviliza hacia la heroicidad, la grandeza, y la Gloria. Dispara nuestra imaginación con la certeza de que es posible luchar por un mundo más noble. Fortalece nuestra determinación, al hacernos testigos de la fragilidad y las debilidades de aquellos que protagonizaron las grandes hazañas que hoy forman parte de la mitología argentina. Nuestros héroes también estaban hechos de carne y hueso, y tuvieron ellos también que enfrentarse a diario al barro de la mediocridad. Sus testimonios conjugados con esa humanidad, están llamados a convertirse en los faros de nuestro futuro.

No debemos resistirnos a estos impulsos elevados que nos movilizan hacia la búsqueda de lo bello y lo noble.

Tampoco podremos escapar de la responsabilidad colectiva de haber despilfarrado décadas enteras, de habernos hundido en el pozo de la mezquindad en que hoy nos encontramos como sociedad. Podremos engañarnos a nosotros mismos, negando cualquier culpa, pero nunca podremos esconder esta traición a los ideales de Mayo a los ojos severos de la Verdad Eterna. Esta es una realidad de la que todos hemos sido partícipes, incluso desde la mera tolerancia y aceptación de lo que otros estaban haciendo. Hay cosas que no pueden ni deben ser toleradas. Para denunciar los actos  que  degradan el  Honor Nacional no puede haber prudencia ni miramientos. En esta lucha desesperada por nuestro futuro no puede haber palabras de consuelo o comprensión para aquellos que han dirigido y forman parte de este festival de la vulgaridad en que convirtieron a nuestra Patria. Lamentablemente son muy pocos los argentinos que hoy pueden hacer frente a tan difícil empresa. Nos hemos acostumbrado a vivir vidas cómodas, largas, y sobre todo, tranquilas. Tal vez por eso nuestros días actuales contrastan tanto con aquella primera juventud de la Patria. Frente a la adversidad reinante, los padres de la Nación demostraron una determinación de hierro. Todo se resumía en dos opciones: Vencer o Morir. El dolor, el sufrimiento, las carencias, la derrota, o la pobreza… Nada pudo atenuar su vigor. Es muy probable que sus convicciones estuvieran forjadas de un material muy diferente al que sostiene nuestras matrices de pensamiento actuales, infectadas de un asfixiante relativismo moral. Las memorias de los héroes irradian un fuego abrasador que chamusca varias de nuestras débiles ideas.

La especulación constante y frenética como filosofía de vida ha reemplazado el ideal de la vida recta. Nuestras decisiones diarias no se sustentan en el deber, sino en la conveniencia. Difícilmente tomemos decisiones a lo largo de la semana sin pensar antes cómo nos podemos beneficiar, o bien, en qué podría perjudicarnos. Nunca como hoy se ha visto materializado el decálogo de la mediocridad, cuyo primer mandamiento reza “Nunca digas nada, a no ser que todos piensen igual que tú”…

Sueño con el día en que los argentinos abandonen su necia arrogancia, y vuelvan con humildad de alumno los ojos hacia los grandes del pasado. Sueño con el día en que podamos leer un libro de Historia y sentirnos orgulloso, porque estaremos leyendo los sueños de los héroes que ya han sido materializados en nuestra realidad. Sueño y anhelo el día en que esta Patria pueda permanecer de pie, sostenida no por el sacrificio de unos pocos, sino por la constancia en el esfuerzo de la virtud de las grandes mayorías. Mientras tanto, hasta que hayamos cumplido finalmente con la última voluntad de nuestros fundadores, hasta que hayamos materializado ese ideal de una Argentina diferente, soportaremos el peso de una carga histórica que se irá haciendo más pesada a cada año. Hasta que no comencemos a forjar ese destino de grandeza soñado por los próceres del ayer, viviremos a la sombra de sus memorias, que nos recordarán a diario que nuestro hoy podría ser diferente. Debemos permitirles descansar en paz a sus almas apenadas. De lo contrario, sus historias, sus relatos, sus proezas seguirán atormentándonos  siempre. Y los gritos silenciosos de los héroes olvidados  seguirán aturdiéndonos desde las profundidades del pasado por toda la eternidad…

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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