ILUSIONES

NOTA DE OPINIÓN Sábado 9 de Agosto de 2014

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“¿Qué nos pasó? ¿Cómo ha pasado? ¿Qué traidor nos ha robado la ilusión del corazón?” Víctor Heredia, “Aquellos soldaditos de plomo” (1982).

Autor: Rodolfo M. Lemos González

Una vez alguien dijo que no había un panorama más triste que el de un pueblo derrotado.

A través de los años, pude comprender que en realidad lo más triste no es el pueblo derrotado, sino aquel pueblo descreído y olvidado de sí mismo. La gloria perdida puede recuperarse, el honor de una Nación como el bronce desgastado siempre puede volver a pulirse. Pero es muy difícil volver a hacer que una sociedad crea en sí misma y vuelva a aprender a soñar.

El día que un pueblo abandona sus sueños de grandeza, sus nobles aspiraciones de volver a darle al nuestra República el brillo que tuvo alguna vez, ese día habremos enterrado para siempre la ilusión… Y esa ilusión, por infantil que pudiera parecer, es la única llama que a veces permanece encendida cuando todo lo demás fracasa. La Historia de los Hombres se ha cansado de ofrecer ejemplos donde esa pequeña chispa de  ilusión, que no es más que la última dosis de Fe que le queda a una persona ahogada por los desaires del destino, puede ser el peldaño donde volveremos a hacer pie para emerger de entre las aguas oscuras de corrupción en que nos hundimos.

Esta ilusión no se sostiene sobre hechos científicos, ni podrá hallar una comprobación fáctica a partir de elaborados análisis de la realidad que nos circunda. Esa última llama apasionada que ilumina el corazón de los mal llamados “olvidados de Dios” se alimenta a veces solamente de la intención de cambio. Es decir, del mero pensamiento, del sueño de llegar, se mantiene viva la ilusión de que no sólo es posible, sino que algún día llegaremos. Por eso es crucial, como para el náufrago seguir nadando para sostenerse en la superficie, o para el alpinista seguir en movimiento para evitar el congelamiento, para un pueblo que atraviesa por una realidad angustiosa seguir soñando. De los sueños se alimenta el alma. Mientras más nobles y grandes sean los anhelos del corazón, con más fuerza brillará la vela de la ilusión en medio de una oscura y desdichada realidad.

No hay miseria más grande que la de un corazón estéril, ni algo más inútil que un alma que ha dejado de vibrar con la fuerza de un ideal superior. Así como el músculo cardíaco bombea la sangre necesaria para mantener el organismo funcionando, de la misma manera, nuestra materia espiritual nos mantiene realmente vivos con la vibración que nos imprimen sus impulsos de grandeza. Sin ellos, dejamos de ser hombres, para pasar a ser solamente un conjunto de células caminantes que deambulan por la vida haciendo solamente lo justo y necesario para mantener a nuestro organismo funcionando. Lo mismo ocurre con nuestro ser colectivo, con nuestra Patria.

¿Qué es una Nación sin sueños e ilusiones? Un mero elemento más de producción económica al servicio de otras Naciones que aún sueñan, y tienen bien presente a dónde quieren estar el día del mañana.

El alma de nuestra Nación agoniza y se ahoga en un presente extraño, debido a que gran parte de los argentinos han dejado de soñar. La llama de la ilusión, ese pequeño candelabro dedicado a iluminar el camino hacia la reconquista de nuestra dignidad, comienza a extinguirse. Los anhelos se han viciado, y han perdido casi por completo su antigua nobleza. Hoy el argentino ya no piensa más en una dimensión de Patria, y se refugia sólo en su propia y egoísta existencia individual.

¿A dónde quedaron los grandes argentinos? ¿Dónde están nuestros líderes, nuestros pensadores, nuestros héroes en estas horas tristes? ¿A dónde se esconden los restos de aquella sociedad que alguna vez fue un modelo de civilización y desarrollo? Sin darnos cuenta, al caminar por nuestras ciudades estamos en realidad visitando las ruinas de una gran civilización que alguna vez habitó entre nosotros… Indiferentes, cruzamos la calle a la vista de las estatuas de próceres que ahora constituyen un mero adorno urbano, cuando originalmente eran un símbolo de la nobleza que todos los argentinos habíamos heredado y debíamos honrar a diario. Nuestras oraciones han sido vaciadas de contenido. Las palabras de los argentinos que ayer sirvieron para emocionar al mundo entero a través de la literatura, o para combatir a la mediocridad con encendidos discursos, hoy se desperdician en acontecimientos de naturaleza tóxica y vulgar. Nuestra propia decadencia ha ajustado la mordaza de nuestro desfalleciente corazón colectivo.  El Alma del Patria se debate aún en una lucha desesperada en torno a las cadenas que nuestra arrogancia le ha ceñido.

¿Qué nos pasó? ¿Cómo ha pasado? Estas preguntas deberán responderlas los historiadores del mañana, pero nuestro trabajo en este presente es tomar una definición sobre la realidad. Una realidad que se ha convertido en nuestro campo de batalla. Es un combate no tolerará neutrales ni dejará prisioneros. El ganador se llevará todo, y el vencido no tendrá derecho a réplica. Aún estamos a tiempo de salir en defensa de la Patria que sostuvieron nuestros padres y abuelos, para poder entregarles a nuestros hijos no sólo un lugar más digno donde vivir, sino una razón por la cual luchar…

De otra manera nuestra antes valiente Patria se transformará en un reflejo vivo de la metáfora del escritor James Mathew Barrie: una Tierra de Nunca Jamás… Nuestra Nación pasará a formar parte de un mundo de fantasía, y nuestro territorio será habitado únicamente por feroces piratas y “niños perdidos”… Algo de esto ya se está viendo en la actualidad. Cada vez hay más “niños perdidos” que deambulan sin sueños por las calles de nuestra ciudad pidiendo monedas, o que nos frenan en las esquinas para limpiar vidrios. Y también el porcentaje de “piratas” que vacían las arcas de nuestra Nación se ha multiplicado a un ritmo que no puede menos que imprimirnos un poco de miedo. Los descendientes del ficticio “Capitán Garfio” son bien reales, y han llegado incluso a ocupar relevantes cargos públicos, desde donde se esfuerzan en convertir nuestras Instituciones en barcos corsarios destinados al pillaje. ¿Hasta cuándo permitiremos el abordaje impune de estas fuerzas viles sobre nuestras familias? ¿Seguiremos tolerando que saqueen nuestros sueños y nos roben la ilusión?

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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