EL FINAL DE TODAS LAS COSAS o LA RESURRECCIÓN DEL FÉNIX

NOTA DE OPINIÓN Jueves 12 de Febrero de 2015

0_el-fusilamiento.jpg
GOYA: El Fusilamiento del 3 de Mayo

El silencio… El silencio nos envuelve… Es el signo de estos tiempos extraños en que nos movemos… A veces el silencio nos defiende del torbellino de palabras sin sentido y de ruidos foráneos que atacan nuestros momentos de reflexión… Pero hay otros silencios… Hay silencios que asfixian… Silencios que gritan, y que nos pueden dejar sordos… Silencios que claman, silencios que braman…

Autor: Rodolfo Lemos González

Por Rodolfo Lemos González

El silencio… El silencio nos envuelve… Es el signo de estos tiempos extraños en que nos movemos… A veces el silencio nos defiende del torbellino de palabras sin sentido y de ruidos foráneos que atacan nuestros momentos de reflexión… Pero hay otros silencios… Hay silencios que asfixian… Silencios que gritan, y que nos pueden dejar sordos… Silencios que claman, silencios que braman… Cuando ya no queda nada para decir, y las palabras se ahogan en un océano oscuro de melancolía, nos encerramos en esa ausencia de sonidos, que nos embriaga, y nos arrastra hacia otras tierras… Hablamos, pero nada de eso que alcanzamos a verbalizar tiene alguna relación con lo que quisiéramos o deberíamos decir… En tiempos como estos, donde sobran las palabras, donde nuestros ojos enrojecidos se cierran de una vez por todas, hartos de leer textos y artículos que no conducen a ninguna parte… Cuando los silogismos narrativos, los algoritmos que se esconden detrás de esos predicados, y las estructuras de nuestro tan querido castellano zozobran ante la impotencia de la injusticia más atroz… Callamos… Y dejamos de leer… Y es en ese silencio, silencio que nos hace ruido, que nos carcome nuestras horas de descanso, que atrofia nuestros sueños, donde finalmente podemos expresar, de alguna extraña manera, esa impotencia durante tantos años guardada, escondida, y que hoy quisiera salir a gritar, pero no puede hacerlo… Por miedo, por respeto, por mil razones… En los minutos finales de un ocaso, largamente anunciado, del final de esta opereta vacía de razones y de ideas, que sin gracia ni tino han llevado adelante algunos juglares disfrazados de saco y corbata, ya no queda espacio ni lugar para otra cosa más que la ausencia total de cualquier sonido…

Nuestros oídos descansan, y nuestros corazones argentinos se unen en una armonía que habíamos aguardado con espartano estoicismo, esperando, siempre esperando, a que ese cielo oscuro y tormentoso que había encerrado los destinos de nuestra Patria, dejara pasar un hilo de luz, de claridad, que pudiera abrirle los ojos a un pueblo dormido, a una ciudadanía olvidada de sí misma, que con borrega abnegación se había negado aceptar la realidad triste que encadenaba nuestros días… El desenlace llegó… Fortuito… Accidentado… Trágico… Y sobre todas las cosas, llegó a nosotros acompañado de esa sombra que durante una década se había insinuado, cada vez con más temeridad y autosuficiencia… La tan temida, la tan tenebrosa e inexplicable violencia estatal…

Entre gallos y medianoches, un paladín de la verdad entregó su vida de forma tan enigmática, como críptica, ofreciendo su alma, que al final estaba atormentada por los miles de demonios que trataban de escapar de entre las páginas de sus escritos, sobre el altar de una Patria… Patria la nuestra, desdichada y degradada, que probablemente no se merecía tan alto sacrificio, pero que lo necesitaba de forma angustiosa… Y eso es lo más dramático de todo el asunto… ¿Era necesario? ¿No había otra manera?

Nuestro pueblo permaneció inmóvil ante las advertencias previas, ante los primeros atropellos de una desenfrenada logia que había usurpado con innegable dolo las instituciones que conforman a la República, ensuciando en su leproso caminar no sólo nuestra memoria, sino también un pasado que había sabido tener momentos de gloria y lustre envidiables, y que hoy parecen inalcanzables. Mucho me temo que tal vez ya sean, sencillamente, irrecuperables… Y entonces, cuando la voluntad de un hombre se atrevió a desafiar el apetito desenfrenado de una jauría de hienas que depredaban nuestro Estado Nacional, y en su inmutable postura en favor de la Verdad y la Justicia, no les dejó un solo resquicio para que pudieran corromperlo, esos a los que él iría a señalar en la mañana de un lunes que nunca pudo ser, entendieron que estaban entre la espada y la pared… Y como si hubiéramos retrocedido a los tiempos de Wallace, el escocés, alguien, que probablemente nunca podamos saber exactamente quién, decidió volver a teñir con sangre nuestra bandera belgraniana, pensando que matando al perro, moriría con él la rabia…

Hoy ellos ríen… Se mofan… Festejan…  Se jactan de una alegría tan impropia como desafiante, que no tienen ni siquiera la vergüenza de ocultar, y con sus cánticos salvajes y bárbaros, escupen nuestro luto…

Ha quedado en nosotros, los que todavía nos podemos llamar, o los que al menos resguardamos la intención de poder llamarnos buenos argentinos, la última palabra en todo este asunto…

¿Dejaremos que nuestra Patria agonice en la impunidad? ¿Ese gesto de valor inaudito, pagado tan caramente, habrá servido para hacer renacer de entre las cenizas de un pasado glorioso, sepultado por la indiferencia cobarde o cómplice de muchos y el accionar criminal de unos cuántos, una pequeña llama de esperanza?

Que esta pérdida al menos pueda servir como un terremoto en nuestras consciencias adormecidas por el letargo de tantos años de inacción y de cobardes silencios, y nos despierte a la realidad en que nos hemos sumergido, y rescatemos a nuestra Nación herida de este naufragio que por momentos tiene dejos de saqueo…

Y cuando hayamos comprendido la gravedad de lo que todo esto implica, de lo que esta fatalidad oculta… Cuando hayamos comprendido… Cuando hayamos asumido nuestra culpa… Podremos, así lo espero, salir a marchar, emulando a los héroes del ayer, pero sin odios, y sin banderas, armados sólo con un silencio… Pero este será un silencio diferente… Será un silencio valiente, desafiante…

Y en esa ausencia de palabras y de sonidos, un clamor sin nombre hará temblar los cimientos podridos en los que estos traidores y ladronzuelos están hoy de pié, confiados y risueños…

El silencio podrá más que sus cantos… Nuestro silencio envolverá sus burlas… Nuestras palabras silenciadas, vencerán, al final, a sus cansinos discursos vacíos de contenido, que terminarán siendo depositados en ese lugar tan tenebroso como oscuro, en el que trataron y tratan de depositar en este momento la memoria de un héroe  que tuvo la decencia de decir basta: en el OLVIDO

Nosotros tenemos la última palabra… Depende de nosotros definir si estamos transitando el final de todas las cosas; o si estamos presenciando la milagrosa resurrección del Fénix Argentino…   

Autor: Rodolfo Lemos González

Dejá tu comentario