EL CASTILLO OLVIDADO Y LA REPÚBLICA PERDIDA

NOTA DE OPINIÓN Viernes 29 de Agosto de 2014

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"Llegada al Castillo de Camelot" de Harold Foster (1892-1982)

“Los castillos se quedaron solos, sin princesas ni caballeros. Solos a la orilla del río, vestidos de musgo y silencio. A las altas ventanas suben los pájaros, muertos de miedo, espían salones vacíos, abandonados terciopelos… Ciegas sueñan las armaduras, el más inútil de los sueños; reposan de largas batallas, se miran en libros de cuentos. Los dragones y las alimañas no los defendieron del tiempo. Los castillos están solos, tristes de sombras y misterios…” María Elena Walsh (1930-2011)

Autor: Rodolfo M. Lemos González

El Estado es el actual depositario de las instituciones más importantes de la Nación. Sus administradores son los herederos de una República que se construyó sobre los sueños de unos pocos y la sangre derramada de muchos en los albores de la Patria. Tienen la obligación de estar a la altura de  tanto sacrificio, y de salvaguardar el HONOR NACIONAL.

De ellos depende el correcto funcionamiento de los dispositivos que hacen (o deberían hacer) al continuo crecimiento del país.

Es en dicho aparato estatal en el que todos los ciudadanos depositan su confianza, sus aportes, y sus expectativas de progreso. Se espera por lo tanto, que aquellos que tienen en sus manos la defensa del lustre y los laureles que nuestra insignia patria supo conquistar con altísimos costos en vidas humanas, nos hagan sentir orgullosos…

Nada más lejos de la realidad que aparece frente a nuestros ojos todas las mañanas. En última instancia, la culpa no es exclusiva de esta banda de payasos que hoy deambulan por las carteras del Poder Ejecutivo, o se atreven a ocupar los palcos del parlamento argentino en donde hace mucho, mucho tiempo, estuvieron sentados verdaderos estadistas… Es también, y tal vez en mayor medida, responsabilidad del pueblo argentino… Un conjunto informe de personas que parece consentir con indiferencia esta situación atroz, que configuran el dramatismo, el sinsabor de  la triste época en que se desenvuelve sin brillo nuestra estampa celeste y blanca. Hoy el verdadero patriota argentino no puede sino sentir una gigantesca vergüenza ajena al escuchar, leer, u observar cómo estos personajes tratan afanosamente y sin éxito de aprender cómo se dirige un país, siendo nosotros sus habitantes los que pagamos cada uno de sus reiterativos aplazos en materia económica, social, y diplomática…

Y así, día a día, hora tras hora, nos sumergimos más y más en el pozo sin fondo de la vulgaridad estatizada. Nuestras instituciones asaltadas y desdibujadas, nuestro honor degradado, nuestro glorioso pasado humillado por el hacer de unos cuantos, y la cómplice tolerancia de muchos… El Estado Argentino, un instrumento al servicio de los valores republicanos que se defendieron con tesón sin par, hasta el punto de dejar los cuerpos de casi dos generaciones de argentinos enterrados en la frontera norte de nuestro país combatiendo la opresión del godo; se encuentra hoy ofreciendo una puesta en escena ridícula no sólo frente a nuestros conciudadanos, sino frente al mundo entero. Nuestros “políticos” se esmeran en superar cada día las escenas cirqueras de la jornada anterior. Una obra teatral barata, digna de un antro de mala muerte, donde unos hacen de bufones de rasgos cleptómanos y otros se disfrazan de “oposición”. El resultado de años y años de jugar al mismo juego: crispación social, división estratificada, miedo, inseguridad, violencia, miseria económica y moral, y lo peor de todo, comenzamos a olvidar en forma sistemática cuál era la génesis de esta Patria, y cuál era la verdadera misión de nuestro Estado Nacional, sus tres poderes originalmente independientes, y en última instancia de los dirigentes de turno… 

Toda este carnaval dantesco, que no es otra cosa que un ensañamiento de algunos pocos contra cualquier rastro de la  grandeza  de antaño que aún quede en pie en nuestro suelo, nos va empujando lentamente hacia una amnesia sin retorno. Tal vez, Dios así no lo quiera, llegue el día en que nos terminen convenciendo de que nuestro país no es más que una republiqueta latinoamericana más, un leprosario político similar a lo que son hoy algunas islas del Caribe…  ¿A dónde quedó nuestra hambre de gloria? ¿A dónde está la determinación de un pueblo por defender su honor nacional? ¿Podremos algún día volver a sentir verdadero y sincero orgullo por la realidad que vive nuestra Patria? ¿Es posible aún, no importa cuántos sacrificios implique, levantarnos del barro y luchar por los restos de lo que alguna vez fue una potencia mundial en ascenso? Nuestros países colindantes hace no mucho tiempo atrás nos miraban bien desde abajo, allá lejos, soñando con el día en que podrían parecerse un poco a la gloriosa y potente República Argentina… ¿Qué nos pasó? ¿Cómo ha pasado? ¿Hasta cuándo toleraremos esta caída libre en la inmoralidad llevada casi a un rango constitucional? ¿Es por este presente que tantos hombres marcharon descalzos a desangrarse sobre el Altiplano en aquellas feroces y heroicas jornadas de la Guerra de la Independencia? ¿Para representar nuestra presente  payasada institucional se tomó el trabajo el General Belgrano de confeccionar una insignia patria emulando los colores del mando del a Virgen, y los colores de un firmamento de gloria al cual parecíamos (o nos creíamos) destinados?

La buena noticia, es que siempre, sin importar qué negro parezca todo, se puede enunciar esa palabra que marcaría  un hito fundacional para las generaciones que vendrán: BASTA.

El día que nos miremos al espejo de la posteridad como Nación, sintamos como el reflejo que nos muestra  nos revuelve las vísceras de vergüenza, y digamos “¡SUFICIENTE, ESTO SE TERMINÓ!”, sólo entonces podremos ponernos de nuevo a tratar de levantar de nuevo  las actuales paredes grafiteadas de la República Perdida. Ese día volveremos nuestros ojos al Señor pidiendo perdón y auxilio, y nos tocará nuevamente arremangarnos las camisas para comenzar a barrer todo este desastre que algunos pocos han dejado detrás de su marcha rumbo a la perdición… Y sólo allí, en esas nuevas jornadas de heroísmo, dedicadas no como en tiempos de Belgrano a la fundación, sino a la reconstrucción, a la reorganización, a la reparación de estas tierras marianas, podremos vislumbrar a lo lejos ese brillo, ese pasaje a la Gloria, que hoy mal que nos pese a todos, se encuentra invisible detrás de una gruesa cortina de corrupción, saqueo, e indiferencia apátrida… Oremos, y pidamos fuerza a nuestro Señor Jesucristo, para que bajo la intervención de su Madre, nuestra Santa Virgen, podamos esta vez definitivamente volver a empezar, pero con miras hacia las grandes Verdades que nunca mueren, aspirando a cimentar con nobleza las bases de una sociedad ejemplar, construyendo los muros de una convivencia saludable, para poder algún día volver a soñar con ser felices y gritar  sin miedo ni vergüenza frente a las naciones del mundo que somos ARGENTINOS; HIJOS DE UNA PATRIA NOBLE, CIUDADANOS DE UNA NACIÓN GRANDE, LUCHADORES INCANSABLES DE LA VIRTUD, DEFENSORES A RAJATABLA DE LA VERDAD, HOMBRES HAMBRIENTOS DE GLORIA, SEDIENTOS DE JUSTICIA …

Y ese día los trovadores de tierras lejanas narrarán ante un público asombrado las vivencias del General Belgrano, y lo compararán con el mítico Arturo; les hablarán  sobre los habitantes del suelo argentino comparándolos con los caballeros de la Tabla Redonda; cantarán maravillas sobre nuestras ciudades  y las describirán como herederas fieles del misticismo y la grandeza del legendario castillo de Camelot…  Y contarán cómo, al igual que Sir Percival el Galés, los ciudadanos argentinos un buen día se despertaron de una pesadilla sin luz que había durado años enteros, y se vieron de repente abrumados por el deseo febril de cabalgar de nuevo…  Y así, lanza en ristre partieron a enfrentarse con su destino caballeroso y noble, siempre a la carga, enérgica, tenaz; como un pueblo  orgulloso y unido, justo y valiente, tratando de alcanzar la Gloria Eterna…  

Autor: Rodolfo M. Lemos González

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