EDITORIAL Viernes 19 de Octubre de 2018

JUSTICIA GLOBALIZADA -1-

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Se puede aceptar un sistema judicial lento, pero no la dependencia del poder político encargado de representar grandes intereses globales, que imponen ideologías y decisiones a los jueces por fuera de las leyes justas. Los jueces hoy, se muestran como simples esclavos a quienes se les paga con prebendas y honores; y que pierden su dignidad por miedo a perder sus cómodos e insensibles sillones.

Resulta vano siquiera pensar en un país mejor, en la medida en que no se cambie el sistema judicial, de una manera que sirva efectivamente al pueblo que lo sostiene con sus impuestos y con el pago de altas tasas de justicia que no deberían existir. Es posible con pocos cambios. Con una serie de notas, emprendemos el camino para tratar de explicar –lo más simple y accesible posible- las razones del estado actual y posibles soluciones para cambiar el caos judicial en orden con miras al bien común general.

Ningún programa de gobierno, ni cambio del sistema político de sometimiento que vivimos, pudo concretarse sin la previa conversión de una Justicia en corrupta, dependiente (ya con esto lo es) y hasta cómplice de las mayores iniquidades. Lo que un momento pudo ser un defecto puramente humano, se convirtió calculadamente en una ‘herramienta’ del sistema político, hoy totalmente al servicio del Nuevo Orden Mundial y los traidores de adentro. Cualquier idea de independencia, cualquier atisbo de interés por el bien común y reacción al cambio, fueron sistemáticamente impedidos, anulados o intencionalmente ignorados. Hubo, inclusive, hasta una persecución a cualquier resistencia y a sus impulsores, a quienes se intentó quebrar mediante juicios administrativos y amenazas de destitución.

Esta verdadera agenda destructiva, fue completada con la jubilación anticipada (en Córdoba) de muchos y antiguos magistrados con vocación y experiencia, que despojó al Poder Judicial de los jueces de carrera (ya aclararemos esto) y con todo un acervo jurídico amasado a través de 50 años de enseñanza y aprendizaje, discusión y compromiso público; sin perjuicio de las siempre presentes ‘manzanas podridas’ que existen en toda institución pública o privada, en todos los tiempos y lugares.

He pasado la mayor parte de mi vida activa laboral vinculado al Poder Judicial.

Ingresé a los 17 años como simple ‘ad honorem’ (sin sueldo), ascendiendo a distintos cargos y logrando una jubilación a los 31 años de servicio; siempre en el Fuero Penal, el que más sufrió un profundo proceso de conversión; y me tocó asistir al increíble ataque que sufrió por parte de la masonería –y del Nuevo Orden Mundial-, que se instaló con toda su capacidad a fines de los ’80 y principios de los ’90. Como católico, he sentido la persecución y sufrido el poder de causar daño por parte de los ‘reformadores’. Gloria a Dios.

Funciona en el Poder Judicial de Córdoba, al menos, una logia masónica que yo conozca. Llamada ‘Infinito’, está conformada –inclusive- originariamente por varios ex compañeros de trabajo. La ‘tenida’ inaugural (así se llaman las reuniones), se llevó a cabo cuando aún el suscrito era empleado del Poder Judicial y todo el Fuero Penal (sus primeros integrantes a él pertenecían), había sido trasladado al llamado Tribunales II. El nombre y el símbolo elegido, muy astutamente, derivándolo simbólicamente de la nominación del Juzgado de Instrucción en el que trabajaron muchos de los fundadores de esta hermandad tres puntos: 8; que puesto horizontalmente conforma el símbolo matemático de infinito.

No me caben dudas que la ‘patente’ o reconocimiento oficial, fue otorgada por alguna logia mucho más antigua en Córdoba, formada por masones de los grados excelsos; algunos de los cuales venían haciendo sus ‘trabajos’ en el Poder Judicial, desde hace bastante tiempo. Hubo quienes resistieron, pero finalmente a esa resistencia la vencieron la impotencia, los años y la jubilación. Los que quedamos, no lo entendimos, ni fuimos alertados y cualquier resistencia fue fácilmente quebrada ante el silencio cómplice de muchos que no quisieron arriesgar sus cargos o jubilaciones, o bien por cuanto secretamente pertenecían a distintas viejas logias que siempre funcionaron tanto en Tribunales como en las Facultades de Derecho.

Como hacemos siempre los católicos, quizás por miedo al rechazo o al ridículo, no advertimos que estamos inmersos en una guerra espiritual y que somos perseguidos por nuestra religión. Por eso, tampoco somos capaces de ayudar a nuestros hermanos que son perseguidos y, egoísta o cobardemente, preferimos mirar para otro lado. Casi seguramente, deberemos rendir cuentas por ello.

Pero más importante que todo eso es que, llegado el momento de preguntarme -más allá de la hermosa familia con la que he sido bendecido a manos llenas- para qué el Creador me puso en esta tierra, no puedo escapar de la única respuesta posible y que tiene que ver con este trabajo. La idea es dejar mis experiencias y observaciones a las generaciones que vienen, aún en la conciencia de su poca importancia para muchos, pero con la esperanza de contribuir aunque sea con una gota, al inmenso mar de una sociedad que hoy –en medio de turbulencias y grandes tribulaciones- pide a gritos volver a los eternos valores inconmovibles pensados por Dios en beneficio de su tan amada Humanidad.

Es posible que sean muy pocos los que lean estas líneas. O ninguno. Pero debe existir alguna razón -que mi pequeñez no puede determinar-, para que la idea de escribir sobre la Justicia se haya convertido en un deseo entrañable y que me urge cíclica e insistentemente.

He iniciado infinidad de veces a esbozar algunas líneas sobre el tema, generalmente frustradas por una u otra urgencia, por una u otra excusa. Creo que algunas de aquellas ideas van a servir y por eso ahora las voy a incluir.

Finalmente entendí que no hay casualidades y, hoy más que nunca, estoy seguro de las causalidades: Nada ocurre porque sí o azarosamente. Todo lo que le sucede a los seres humanos, resultan la causa de otros fenómenos (la mayoría de las veces no queridos necesariamente). O, desde el punto de vista opuesto, cada cosa pasa por que otra le dio origen y se convierte, a su vez, en el principio de otro fenómeno. Sólo Dios no reconoce otra causa, por que Él es la “Causa Primera” de todo el Universo; según lo muy poco que pude aprender del inconmensurable Santo Tomás de Aquino.

Cuando uno se pregunta sobre los sucesos que vive y vuelve su mirada unos instantes al pasado (no con nostalgia, como la mujer de Lot), comienza a entender que no existen las ‘casualidades’.

Tengo elementos que lo comprueban y me empujan a pensar así, pero sería alargar innecesariamente este texto, con cuestiones personales.

Nos adentremos, entonces, en este apasionante tema del Poder Judicial y de la Justicia que anhelamos.

(CONTINÚA)

Autor: Dr. Luis F. Ferreyra Viramonte - Director

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