CULTURA Viernes 17 de Noviembre de 2017

Ateos: el fracaso de anunciar la buena nueva de que no hay buena nueva

0_salman-696x392.jpg Richard Dawkins y Salman Rushdie

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Una Convención Global de Ateos iba a celebrar su tercera edición con figuras como Richard Dawkins o Salman Rushdie, y ha tenido que suspenderse. No hay quorum, ni demanda. ¿Por qué si todo el día estamos echando pestes de Dios?

No se le oculta a nadie que nuestro mundo avanza hacia la descristianización a velocidad de crucero.

Subrayo ‘nuestro’ y no ‘el’, porque es muy fácil que caigamos en el ‘efecto pecera’ y pensemos que este rinconcito cada vez más irrelevante que es Occidente equivale al planeta entero, y no: en números totales, la Iglesia Católica, por ejemplo, sigue creciendo cada año.

Pero quienes se dejan seducir por la vida muelle de Occidente y sus mantras anticristianos repetidos desde todos los ángulos no suelen hacerlo para constituir una nueva religión sin Dios.

Su ‘ateísmo’, si queremos llamarlo así, es para buen número de ellos de todo punto práctico, casi un olvido más que una conclusión, y no suele general un espíritu muy evangélico.

Una Convención Global de Ateos iba a celebrar su tercera edición en Melbourne con rutilantes estrellas del universo sindiós como Richard Dawkins, Ben Goldacre o Salman Rushdie, y ha tenido que suspenderse, a la tercera va la vencida, porque no había manera de llenar aquello. Que no había público. Que los ateos no mostraban el suficiente interés.

No puedo decir que me sorprenda. Nunca he entendido el espíritu evangélico que anima a tantos ateos en las redes sociales y en la vida corriente.

Nunca he entendido ese prurito de reunirse y montar congresos y seminarios para extender la buena nueva de que no hay buena nueva, de que somos azarosas estructuras atómicas sin nada especial, no distintas ontológicamente de una piedra, sin un fin concreto, surgidas por mera casualidad y que acabarán teniendo el mismo destino que todo lo demás: la nada.

Creo que casi cualquier católico maduro conoce el ateísmo, en el sentido no solo de que vive marinado en un entorno abiertamente hostil, sino también de que las dudas de fe son habituales en los hombres de fe.

Así, estoy convencida de que un creyente entiende mejor a un ateo que al contrario.

Supongamos que usted llega a la triste conclusión de que el universo no tiene sentido ni finalidad, y que somos “como verduras de las eras”. ¿Qué sentido puede tener reunirse para comunicar semejante ‘bajón’?

¿En qué esperas mejorar a la humanidad diciéndole que su vida carece de sentido, que es fruto del ciego azar, que su destino es la eterna nada? ¿Cuál creen que sería el comportamiento de toda una sociedad que piense así, cuáles serían sus incentivos?

No sé qué se responderá esta gente, pero entiendo que no llenen ni un autobús en sus tenidas. No veo nada animante, apetecible, interesante en todo el asunto.

Hace ya algunos años se abrió, creo que en Estados Unidos, patria de toda rareza social, un templo ateo. Sus organizadores querían diseñar una liturgia, definir días de fiesta, proponer figuras a modo de santos del ateísmo como modelos o precursores. No les envidio la parroquia, la verdad.

Sencillamente, la nada no es muy atractiva. Y, desde luego, siempre he pensado que si algún día perdiera la fe, lo último que querría en este mundo es reunirme con otros en las mismas circunstancias para celebrar lo que no creo, ir a la ‘iglesia’ -aunque no se llame así- o participar en rituales absolutamente vacíos.

Si alguna ventaja tiene ser incrédulo, digo yo, es librarse para siempre de todo clericalismo, no cambiar uno con sentido por otro sin sentido alguno.

Una parte importante de los ateos que conozco lo viven como una desgracia. Y en casi todos es algo en lo que no les apetece regodearse, menos aún celebrar.

 

Fuente: Candela Sande para ACTUALL

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