JUSTICIA GLOBALIZADA -3-

JUSTICIA Lunes 12 de Noviembre de 2018

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Continuamos analizando el Poder Judicial actual, como el resultado del trabajo de las logias tendientes a subvertir el orden moral, por uno que hace pié en el relativismo, entendido éste concepto -desde lo cotidiano-, como una práctica que tiene a poner en duda los valores que se tenían por seguros e indelebles hasta no hace mucho.

Autor: Dr. Luis F. Ferreyra Viramonte - Director

NOTAS ANTERIORES SOBRE EL TEMA:

http://www.losprincipios.org/editoriales/justicia-globalizada-1.html

http://www.losprincipios.org/editoriales/justicia-globalizada-2.html

El Nuevo Orden Mundial y el Poder Judicial

El actual Poder Judicial, como producto de una ‘reforma judicial’ impulsada por lo que se ha dado en llamar el Nuevo Orden Mundial y, aunque planeada en la década de los ’60 (como veremos en futuras notas), comenzó a hacerse visible con toda crudeza en los años ’90; tiende claramente a proteger aquellos intereses de los que se han apoderado (‘empoderado’ se dice ahora), con el objetivo de ejercer un control del pensamiento, manteniendo callados a quienes de una manera u otra, se oponen al sistema. La otra cara, presenta una obstinada defensa estatal de la impunidad de los delincuentes de guante blanco o de los que pertenecen a un selecto grupo que se mantiene a la sombra del secretismo. Mientras tanto, los perjudicados por aquellos conflictos que ésta élite considera irrelevantes, se debaten en la impotencia y no consiguen nunca justicia.

Ha significado el calculado primer efecto de su total dependencia del poder político, que depende –a su vez- del económico-financiero (y sus más diversas formas, incluyendo el narcotráfico); y la resignación de la Ciencia del Derecho a la economía y a las finanzas’, fenómeno éste que considero liminar en la dominación de nuestra Patria y del sometimiento del pueblo. Definitivamente, como lo expresé antes, significó la imposición de un relativismo abyecto sobre todo lo que se tenían como valores éticos resumidos en lo que se llamó siempre el ‘deber ser’.

Para ponernos en contexto, baste decir que la dominación de la Argentina, no comienza con la reforma judicial que analizamos, sino con la propia Secesión de la Corona de España (que no sabemos muy bien si fue en 1810 o en 1816), que se continuó en la fratricida guerra civil y el derrocamiento de Juan Manuel de Rosas, el Restaurador de las Leyes.

Para demostrar que nada nuevo hay bajo el sol y cómo siempre han operado en nuestra Patria organizaciones secretas y nefastas que trataron desde siempre disolver la cultura hispánica y nuestro origen católico, para imponer un materialismo ateo que ignore la existencia de Dios, bástenos reproducir la proclama del Restaurador al asumir su primer gobierno en Buenos Aires:

"Compatriotas:

Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido su impunidad; ha devorado la hacienda pública y destruido las fortunas particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales, y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y perfidia. La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita y tan acomodada a las circunstancias del momento.

Habitantes todos de la ciudad y campaña: la Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia; resolvámonos pues a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante. No os arredre ninguna clase de peligros, ni el temor a errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La causa que vamos a defender es la de la Religión, la de la justicia y del orden público; es la causa recomendada por el Todopoderoso. Él dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro.” (Buenos Aires, 13 de abril de 1835)

En el Siglo 19 se sentaron las bases de la nueva dependencia con los piratas ingleses, con la ayuda pusilánime de los ‘señoritos porteños’, capaces de vender su alma por un penique; pero con la ingenuidad de pensar y sentir que iban a ser aceptados como ‘uno de ellos’.

Todavía no se habían enfriado los cadáveres de la última revolución en su contra, cuando el masón Rivadavia  -que había expropiado a la Iglesia de numerosos bienes- vendió la patria a la Baring Brothers inglesa, crédito éste que todavía seguimos pagando.

Sus sucedáneos, siempre obedientes a las logias británicas o yanquis, continúan en el mismo camino de cipayismo y entrega, demostrando –como siempre- su acendrado odio a Dios, a la Iglesia Católica, a España y a la Nación Argentina. Hoy prefieren que se los conozca como “ciudadanos del mundo”, equiparable –desde la ideología política- a las internacionales comunistas (origen de muchos masones argentinos).

Tal cipayismo apátrida, resulta hoy más vigente que nunca; con la única ventaja que, al sentirse vencedores (y tiene toda la apariencia, lamentablemente), están abandonado una de sus armas principales: el secretismo; al menos en los iniciados de bajos grados, que nunca se enteran –como ya se sabe- lo que deciden en los Altos Grados. Por eso existen personas que se enriquecen a costa de vender su dignidad y otras que, queriéndolas emular pero sin conseguir ninguna otra ventaja, viven en una pompa de ilusión permanente, queriendo vivir la vida de los verdaderamente ricos y poderosos, quienes se burlan de ellos como nos reímos nosotros de un mono haciendo piruetas en el zoológico.

Montan su vida en las apariencias y viven agachándose ante todo atisbo de poder, honra humana o gloria, provengan de donde provengan. El Señor reconocía este arquetipo en los fariseos, “que oran en las esquinas de las plazas para que todos los vean, alargan sus filactelias y cargan en los demás yugos pesados que ellos no cargan”. Hoy existen muchos más que antes y muchísimos –lamentablemente- dentro de la propia Iglesia católica. La mayoría de los jueces actuales comparten esa ideología, bien por convicción bien por mantener sus bien pagados privilegios.

Eso es, y nada más, es el sustento ideológico del Nuevo Orden Mundial: Un ‘orden’ sin Dios.

Un ‘orden’ que pone en tela de juicio y cuestiona a toda la Creación, tratando de demostrar -con desesperación satánica- que ese Dios amoroso no existe, ni fue el Creador de todo lo creado, origen y fin de todo lo visible e invisible, el Alfa y el Omega. Pues los principios y el orden moral provienen de Él y no deja margen para que los codiciosos y ambiciosos de siempre, puedan justificar su vampirismo financiero y captación inacabable de poder, sometiendo a sus congéneres y evitando el acceso a la Salvación Eterna, que es el principal Misterio de la propia venida de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso tanto odio a la Verdad, que es Cristo Jesús y apego a la mentira como herramienta de poder y dominación. No en vano el Salvador los llamó “hijos del padre de la mentira”.

Los creyentes sabemos quien es el inspirador de esos odios, y también tenemos la certeza que sus intentos serán infructuosos; pero en ese equivocado camino, han traído sólo desgracias y tribulación a toda la humanidad. Y desde un comienzo. Quizás sea esa la muestra evidente de la apariencia de ‘que están ganando’.

En toda sociedad civilizada, se requiere de un Poder Judicial que dirima los diversos conflictos que se producen por la convivencia. Despejado ‘matemáticamente’ este Poder, sólo queda lugar para las grandes atrocidades que hoy vivimos y que responden nada más, y nada menos, que a la supresión consciente de valores morales imperecederos y alejados de toda subjetividad. Es decir, aquellos valores que –por no ser creación de los seres humanos- trascienden los propios pareceres e intereses personales. Lo que está mal está mal aunque no convenga; y ello ocurre también con lo que es bueno y justo. Es la base de la igualdad (aunque no les guste a los hijos de las tinieblas) y de la convivencia en paz.

La Gran Tribulación. Algunos conceptos importantes.

Este trabajo trata de analizar la Justicia. Modernamente, suele usarse este término para referirse al Poder Judicial. Pero también es una virtud que debe cultivarse día a día, en cada momento en que debemos relacionarnos con otros.

Su componente principal es la equidad que, como decía el gran jurista Ulpiano (Roma, Siglo III d.C.), reiteramos, “es dar a cada uno lo suyo”. En orden a la realidad cotidiana, dar a cada uno lo suyo es lo justo, es lo debido o deber ser y, en consecuencia, integra la Verdad Inmutable, que no puede ser cambiada a voluntad por los hombres.

Lo contrario, lo injusto por antonomasia, es la iniquidad; que se nos presenta siempre como un gran misterio, no obstante que sabemos a cargo de quien se encuentra. Curiosamente, el encargado es el “padre de la mentira”. Todos sabemos que al contradecir u ocultar la verdad, estamos sentando las bases de una injusticia.

Nadie puede negar que vivimos tiempos únicos en la historia de la Humanidad. Por aquello de la globalización e inmediatez de las comunicaciones, todo el proceso de degradación de la sociedades y el crecimiento de la maldad a escalas nunca vistas, se presenta como el objetivo de una ‘guerra psicológica invisible’[1] que sirve para someterla bajo un poder único y mundial; pero pienso, más allá de las razones que dan expertos en el tema, que el último objetivo es la destrucción de la propia Humanidad y de toda la Creación, como obra de Dios. Cuestión imposible, por cierto, pero factible para aquellos que no creen más que en sí mismos o descartan la existencia de un destino trascendente del ser humano.

Existen muchos elementos que lleva a mucha gente a pensar que estamos en tiempos apocalípticos y, como alguien dijo alguna vez, “si no lo son, resultan un excelente ensayo”. No lo sé, ni me interesa en realidad. Tengo que hacer lo que debo hacer, hasta que Dios me llame.

No obstante, resulta agobiante ver tanta maldad (tanto cuantitativa como cualitativamente) derramada en el mundo. Podríamos decir que hemos perdido hasta la capacidad de asombro; o mas bien, como defensa psicológica, la mayoría de las veces no queremos ni enterarnos o sólo nos quedamos con el título, por decirlo de alguna manera.

Este sufrimiento de los creyentes, creo, es lo que el propio Evangelio llama ‘La Gran Tribulación’ (Mt. 24, 21-22; Mc. 13, 19-20; Lc. 21, 8-19) y cuya lectura recomendamos; que resulta un tiempo de duras pruebas y profunda depuración de la raza humana, que cada día más confía en sus propias fuerzas, y se da cuenta –muchas veces tarde- que se encuentra a merced de miles de problemas que no puede manejar, sino que depende de fuerzas superiores, que trascienden a su propia naturaleza y limitadas posibilidades.

Desde un comienzo de la humanidad, además, el ser humano ha persistido en un anhelo eterno e incumplido: La Justicia.

Sólo en las Bienaventuranzas, el Señor la nombra dos veces como una virtud esencial. En los Salmos, muchas más. Se han contabilizado unas 450 referencias en los dos Testamentos. No debe sorprendernos, pues una de las manifestaciones del mal, es justamente la injusticia derivada de las ambiciones, codicias, lujurias y, en definitiva, de toda forma de egoísmo, orgullo y soberbia. Mirarse sólo ‘para adentro’ con prescindencia de los que nos rodean, trae como consecuencia sólo injusticia y falta de paz.

De allí que apoderarse del Poder Judicial fue el primer paso para lograr la impunidad de los políticos, con su corrupción estructural y lamentable, abriéndoles la puerta para imponer leyes injustas e ideologías abyectas. De allí que la percepción generalizada de los ciudadanos, es que no existe el poder que debe protegerlos ante los poderosos de turno. Por eso tanta sangría, desazón y caos social.



[1] Nombre sacado del libro del libro escrito por Lucas Carena y Pablo Dávoli “La Guerra Invisible: Acción Psicológica y Revolución Cultural”.

 

Autor: Dr. Luis F. Ferreyra Viramonte - Director

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